Indefectiblemente todos los años la romería de la Santa Faz sirve de escaparate de nuestros políticos. Acuden al caserío agrupados alrededor de sus respectivos líderes autonómicos y municipales, vestidos con blusón negro y caña en ristre. Se dejan ver, que de eso se trata, saludan a diestro y siniestro con sonrisa propia de anuncio de dentífrico, repartiendo abrazos entre acólitos que contentar. Faena aseada que permite a los primeros espadas, diestros en la lidia política, abandonar la plaza sin sobresaltos.

Pero la cosa cambia cuando cada cuatro años la romería se convierte en antesala de elecciones. Los mismos que mantenían una prudente distancia con el pueblo, intentan mezclarse con el peregrino haciéndose pasar por un romero más. Aumentan grotescamente saludos, abrazos y apretones de mano. Las camarillas se abren para que fluya la corriente humana hacia el remanso que conforman las huestes de cargos y aspirantes en protección de sus líderes.

Siete kilómetros de camino hacia la ermita en los que, al menos este año, unos, los socialistas rogaran a la Santa Faz para que las encuestas den un giro de 180 grados el día 22, o como mal menor dejen de marcar la actual tendencia de voto, acortándose las distancias, y que aunque sea con el favor de la otra izquierda, tantas veces embaucada, puedan recuperar alguna institución de tronío.

Otros, los populares, solicitando, aún sin acto de contrición público, el perdón de sus pecados susurrando el yo pecador para que la Santa Faz les redima de sus corruptelas, prepotencia y altivez al creerse preferidos al resto. Demasiado cometido para una Santa Faz que antes habrá de atender las súplicas de sus devotos que año tras año, con la humildad requerida, le rinden homenaje, le ofrendan sus promesas e imploran el perdón de sus pecados. Divina misericordia.