El catedrático Emilio La Parra ha visto reconocido su concienzudo trabajo de años en torno al desarrollo histórico contemporáneo con la concesión del "honoris causa" por la "uni" de Provenza. La Parra no solo es un tipo que cree en lo que hace y que disfruta con cada movida que monta ya sea en el Palacio Real o en Cádiz la colonial en torno al nacimiento de la política moderna a principios del XIX, sino que siempre se ha mostrado coherente con su pensamiento. Lo sé porque él, que es un erudito en la materia, sabe a la perfección que unos cuantos de los que hoy se llaman a sí mismos liberales conservan poco, por decir algo, del espíritu que llevó a los diputados Lequerica y Argüelles a pedir que se debatiera sobre la libertad de imprenta en septiembre de 1810. A lo largo de las tres últimas décadas han sucedido unos cuantos episodios que han puesto a este periódico y a sus profesionales al borde del abismo por el afán censurador de quienes se encuentran en el servicio público precisamente para lo contrario, y el profesor ha sido de los primeros en movilizarse para advertir a la opinión pública del peligro que rezuman los atacantes y los serviles. E igual que me refiero a esta parcela podría recordar otras tantas que en su día se han visto amenazadas o invadidas por tunantes y que no escaparon a sus fauces. Básicamente el reconocimiento se lo han otorgado por el estudio pormenorizado que ha llevado a cabo de las relaciones entre España y el vecino del norte durante la Revolución Francesa más las andanzas de Napoleón, pero para los amigos y compañeros del campus de San Vicent, algunos de los cuales se han desplazado hasta Marsella, también se lo han dado a alguien que es un ciudadano con mayúsculas y cuyo sueño imposible habría sido ver ganar una etapa reina del Tour a Manuel Godoy, gran jefe de filas de Carlos IV, coronando de ese modo dos de sus grandes pasiones. No obstante, hasta los franceses se han rendido a su verdadero empeño. Como dice Sabina de Serrat, "tendría que estar prohibido un fulano así".