A la espera del estreno mundial de la película Operación Jerónimo (comming soon), 40 minutos de acción, black hawk y hombres de cara verde, aceptemos como artículo de fe o como animal de compañía que la persona que existió con el nombre de Osama bin Laden ha muerto (como prueba un certificado de ADN que no sabemos si procede de una biopsia o una autopsia) y está enterrada en alguna parte del fondo marino, alimentando peces, especulaciones, odio y otras bulímicas pasiones.

En su nombre se declararon dos guerras, una en Afganistán, país que se tenía como base de Al Qaeda (la Base), base al cuadrado, y otra en Irak, que no tenía que ver ni armas de destrucción masiva, pero entró en el paquete.

La guerra de Afganistán empezó en 2001 derribando al gobierno talibán y creando una fuerza internacional, con autorización del Consejo de Seguridad de la ONU, para ayudar al régimen de Hamid Karzai. Se ha intentado que lleguen la paz y la democracia al país sin lograr más que guerra. Las ofertas de paz a los talibán, hechas por el presidente y apoyadas por Estados Unidos y Naciones Unidas, fueron rechazadas y las últimas elecciones no se completaron y no quedó clara su transparencia.

Se buscó mucho a Bin Laden en Afganistán, que ha aparecido en una urbanización de militares de Pakistán. La guerra en Afganistán se está haciendo larga a todo el mundo, incluidos EE UU. La liquidación de Bin Laden y, con ella, la sensación de venganza comida y eructada pueden servir para salir de allí y que se arreglen.

El premio Nobel de la Paz, Barak Obama contó a su país la machada de Pakistán y ha dicho al resto del mundo que "Estados Unidos puede hacer todo lo que se proponga porque esa es nuestra historia". Oído barra. Urge el regreso de los militares españoles en esa misión que ha costado casi cien vidas sólo a España.