La realidad es una secuela del cine, como bien demuestra el desenlace de la película que comenzó en setiembre de 2001 en Nueva York y ahora ha llegado a su clímax con la cinematográfica ejecución de Osama Bin Laden -el malo- en una mansión de Pakistán. Lo que arrancó como una película del género de catástrofes que evocaba los desastres de El coloso en llamas ha concluido con una secuencia que parece extraída de cualquier filme de James Bond. Más que de la CIA, hay que sospechar de Hollywood y sus guionistas como autores de esta extraordinaria trama.

No faltó ingrediente alguno de los que caracterizan a un buen guión de acción y aventuras. El papel de genio del mal que habitualmente representaba el Doctor No lo ha interpretado con gran pericia Bin Laden: un actor de muy variados registros capaz de reunir en un solo personaje a un multimillonario, un ingeniero, un fanático meapilas y un terrorista a escala universal. Si a ello se le suma una vestimenta que recordaba levemente el aspecto de Peter O'Toole en Lawrence de Arabia, no queda sino concluir que el rol le encajaba como un guante.

Lógicamente, el guión exigía que fuese ejecutado sin juicio ni sentencia previa por algún agente con licencia especial para matar: y en efecto, así ocurrió. También en esto la realidad imita al cine desde que el terrorismo dio origen a una nueva -aunque muy antigua- variante de la guerra en la que no se hacen prisioneros. Sólo el hecho de que la orden la diese un presidente galardonado con el Nobel de la Paz introduce una liviana variante argumental respecto de las viejas películas de la Guerra Fría; pero se trata en todo caso de una nota anecdótica para dar color al filme.

Gran factoría de fábulas, Norteamérica tiende a convertir en cine todo lo que toca. El antecedente más próximo es la guerra de Irak, que en su primera entrega se llamó Tormenta del desierto y aún daría origen a un par de secuelas con los no menos peliculeros títulos de Operación Libertad Iraquí y Operación Nuevo Amanecer. El papel de malo lo interpretaba entonces Sadam Husein, que acabó colgado en justo castigo a su perversidad, aunque no es menos cierto que sus perseguidores tardaron años en apresarlo, escondido como andaba el hombre por recónditos bunkers. Abundaba además aquel filme en personajes secundarios de gran vistosidad como la "Doctora Ántrax" y el siniestro "Alí el Químico": dos trasuntos iraquíes del Profesor Bacterio.

El mentado Husein parecía un personaje de película y acaso lo fuese. No en vano lo crearon los mismos americanos que, antes de convertirlo en malo, sobrealimentaron al dictador iraquí de armas y bagajes para ayudarle en su guerra contra los curas de Irán. El malo era anteriormente el ayatolá Jomeini, contra el que combatía Husein en el papel de amigo del protagonista.

Luego se cambiaron los roles y el sátrapa de Irak -como ahora el de Libia- pasó a convertirse en la encarnación del mal sin mezcla de bien alguno; pero ya se sabe que las películas van cambiando según las necesidades del guión. De hecho, también Bin Laden fue amigo del chico cuando peleaba contra los soviéticos en Afganistán y, en mérito a ello, recibió instrucción y suministros de los servicios secretos norteamericanos. Su mala cabeza le llevaría a usar después esos conocimientos para atentar contra sus antiguos patrocinadores, que ahora acaban de enterrarlo en el mar.

Con tantos y tan complicados giros en la trama, hay quien se malicia que Bin Laden era en realidad un personaje de ficción al que han matado los guionistas y no -como se da a entender- los comandos especiales de la Navy. Tampoco hay que llevar tan lejos las teorías de la conspiración. Simplemente, la realidad ha acabado por imitar al cine con tal exactitud que las noticias de estos días parecen más bien títulos de cartelera que titulares de informativos. Manda Hollywood.