Si Osama bin Laden tuviera siete vidas, como los gatos, aún le quedarían un par de ellas. Dado por muerto por primera vez durante los bombardeos estadounidenses que pulverizaron las montañas de Tora Bora, su presunto óbito, siempre más deseado que real, se ha publicitado en varias ocasiones: por cáncer de riñón, de tifus, asesinado por alguno de sus lugartenientes... Hasta la infortunada Benazir Bhuto aseguró saber de buena tinta que el místico asesino y multimillonario había pasado a mejor vida, aunque, de haber sido así, la mejor vida, o la vida a secas, habría sido para muchas de sus víctimas, no señaladas ya por el dedo fulminante del iluminado. En todo caso, muy muerto no debía estar cuando los noticiarios de ayer sorprendieron con la nueva de su enésimo deceso, aunque, también, con una foto trucada de su cadáver.

Barak Obama, aludiendo al "quirúrgico" operativo del comando que presuntamente ha acabado con la vida del saudí, ha dicho que al fin "se ha hecho justicia". Se trata, desde luego, de unas palabras para consumo interno, muy interno, pues dejando a un lado que la justicia no se imparte a tiros, con ellas se pretende justificar las guerras de invasión cuyo móvil se dijo que era la caza de ese hombre, y, paralelamente, cerrar el círculo de la venganza por los salvajes atentados del 11-S y sus heridas. Sin embargo, mejor para todos habría sido su captura vivo a fin de ser juzgado por una corte internacional garantista (sus delitos eran globales), de suerte que, sobre recibir la condena que merecieran sus crímenes monstruosos, habría proporcionado valiosísima información para esclarecer atentados del pasado y prevenir futuros.

Bin Laden, el mal, ha muerto, pero he aquí que el mal en todas y cada una de sus formas y gradaciones sigue aquí, instalado en el mundo, activo, intacto. Otra cosa no habrá entre el elemento humano, pero competencia para hacer insufrible la vida del prójimo, y la del prójimo inocente sobre todo, no falta. Lo que sí falta es ver el cadáver, no el apócrifo cadáver que se ha presentado, sino el verdadero de Bin Laden, para cerrar el círculo, sólo ese, de las siete vidas del infausto personaje.