Después de conocer los últimos datos de la EPA uno se pregunta si la crisis económica que sufrimos desde hace ya tres años ha tocado fondo. Los miembros del Gobierno, sobre todo la responsable del área económica, Elena Salgado, campean el temporal como pueden y califican la alta tasa de paro de "inasumible", aunque confían en que no llegará a los cinco millones. Pues bien, ya estamos ahí, con 4,9 millones de desocupados y con un panorama nada halagüeño, porque la subida del petróleo y los tipos de interés condicionan nuestro crecimiento y, por tanto, la posibilidad de generar empleo. Curiosamente en la provincia de Alicante el desempleo ha bajado por segundo trimestre consecutivo, aunque bien es verdad que el paro está por encima de la media nacional. Hay diversos factores que pueden explicar este descenso, pero me temo que la economía sumergida es la máxima responsable. El escepticismo a veces es una virtud, por no decir siempre, y me temo que las medidas aprobadas por el Ejecutivo en el último Consejo de Ministro para que los empresarios regularicen a los trabajadores abducidos por este agujero negro y que supone más del 20% del PIB van a ser en balde. Nuestro sistema productivo está tan viciado que se necesitarán décadas para dar la vuelta a la tortilla y no se atisba una voluntad política para un profundo cambio, imprescindible para el futuro de nuestros jóvenes. Da envidia el milagro alemán, con una tasa de paro del 7,6%, pero la maquinaria industrial alemana no tiene nada que ver con la española. Aquí, durante años, se ha confiado en el ladrillo y se han abandonado sectores clave para cimentar un edificio a prueba de seísmos financieros. La situación es alarmante. Hay un paro insoportable de sostener, pérdida de derechos laborales de aquellos que aún tienen trabajo -prepárense para después del 22-M- y un egoísmo político que impide que todos los agentes sociales tiren hacia la misma dirección. Sólo dejan dos posibilidades: economía sumergida y esclavitud laboral.