El panfleto es un arma poderosa en tiempos inciertos y pre-revolucionarios. Ya se demostró en otros momentos de la Historia cuando un señor abad, llamado Sièyes, en pocas páginas, centró las razones por las que el Tercer Estado estaba en condiciones de tomar el poder. Y también fue el caso del famoso manifiesto de Marx y Engels, que hizo temblar a los poderes soberanos de la época agitando sus propios fantasmas interiores.

No por casualidad, hoy día, ha resucitado el género panfletario, textos incendiarios y provocadores, que dicho sea de paso son muy necesarios para condensar en pocas páginas lo que sucede. Algo que mucha gente espera escuchar. Y esto es lo que cuenta Carlos Prieto Madrid, profesor de la Complutense, en un apretado resumen del estado de la cuestión.

A nadie puede extrañar, por ejemplo, el éxito de un breve opúsculo, "Indignaos", del nonagenario y luchador Stéphane Hessel, cuyo panfleto ha dado la vuelta al mundo, dos millones de ejemplares, simplemente por explicar lo que todo el mundo sabe: que ante la impudicia con que se ha gestado y gestionado la crisis, la gente tiene que responder con un poco de dignidad y declararse en insumisión pacífica.

Tampoco es grano de anís el "Manifiesto de los Economistas Aterrados. La crisis que viene", ya comentado en estas páginas, en el cual unos economistas al menos tan sesudos como los que llenan las tribunas del pensamiento oficial, ponen en prosa inteligible la insensatez del sistema que nos rige, replicando con interesantes y lúcidas propuestas. Y así podríamos enumerar otros tantos textos de combate, desde los del situacionista Raoul Vaneigem, "El arte de vivir del esfuerzo ajeno" de Ivan Losos, o "Por una Revolución fiscal", de C. Candais, T, Pikett y E. Saez, donde se explica por qué bajar los impuestos sólo favorece a los ricos.

Por supuesto que estos breves mensajes -aquí radica el secreto de su éxito- se propagan por circuitos que no tienen mucho que ver con los habituales, copados por las primeras páginas de los periódicos y de las editoriales televisivas. Pero no hay que menospreciar su influencia, especialmente entre los jóvenes. No creamos que el panfleto es un género menor. De hecho es el más extendido, aunque no siempre se presente con esta apariencia. Porque qué otra cosa son las simplificaciones panfletarias que nos han vendido como recetas exquisitamente cocinadas para demostrarnos que si ya no vivimos en el mejor de los mundos posibles es por culpa nuestra.

Al lado de las expresiones directas y argumentadas del panfletismo de resistencia, la clase política española se desempeña como viviendo en un mundo ideal, alejado del común. Veamos si no los eslóganes -otra forma de panfleto en términos minimalistas- que han escogido para la próxima campaña. "Confianza", dice el pepé (¿confianza en qué?), en esta primera fase, para lanzar otra en días posteriores: "Centrados en ti" (y qué verdad es, no nos pierden de vista). También el pesoe por su parte, en un alarde de imaginación, titula su grito de campaña con un eslogan descontextualizado: "para que gane tu ciudad", que igual se podría aplicar a un campeonato de fútbol.

Los buenos panfletos son zarpazos dirigidos a la mente. Cultivan la sátira y la mezclan con agudos análisis que no son los de andar por casa. Clarifican los problemas y, por qué no, llenan ese espacio vacío a que nos lleva la desesperanza. Deberíamos preguntarnos si este tiempo convulso debe ser enfrentado con resignación o, por el contrario, con el estímulo de al menos saber que las cosas no ocurren por casualidad ni son producto de un destino fatal e inexorable. Atentos a los panfletos.