Últimamente ando muy preocupada por el futuro de mis hijos. El mayor va a terminar la carrera, la mediana la va a empezar, y el pequeño aún no sabe por dónde le llevará la vida aunque de momento mantiene la decisión que tomó con 5 añitos de ser cocinero. El caso es que no hay forma de echarse a los ojos un periódico o un semanario sin que no te cuente alguien que los jóvenes lo tienen fatal, que son mileuristas en potencia o peor aún, desempleados en ciernes. Entre tanto, la otra mañana tomando un café no pude evitar oír en la mesa de al lado a dos mujeres hablar de la próxima boda de la hija de una de ellas con un chico del que se deshacían en elogios. Con lo que pude cotillear sobre los centros florales con luces, el cuarteto de cuerda contratado para la cena y las dudas sobre si servir bogavante gratinado o langosta a la plancha ya me hice una idea del tipo de boda. Cuando llegaron a lo del hotelito de la Polinesia para el viaje de novios me levanté y me fui verde de envidia, pero antes llegué a captar que la criatura en cuestión, pese a haber terminado arquitectura hace tres años, todavía no ha encontrado trabajo, lo que, obviamente, no le va a impedir ponerse ciega de Moët & Chandon en su boda gracias, por lo visto, al poderío económico del futuro marido.

Antes de que me pongan a caer de un burro, tendré que aclarar que llevo toda la vida luchando por la igualdad entre sexos, que a mis niños desde que nacieron les llevó inculcando la importancia de que estudien, se preparen y lleguen profesionalmente hasta donde su capacidad, suerte y ambición les lleven y que intenten no depender jamás de otra persona en el terreno económico. Y ahí andan, estudiando, aprendiendo idiomas, valorando distintas opciones de futuro y preparándose para ser ciudadanos honrados, trabajadores y de provecho.... y, por lo visto, parados, infraempleados, explotados o emigrantes por obligación a no ser que tengan mucha suerte. Así que, después del desayuno de la otra mañana, y antes de venir a trabajar hasta las tantas como buen ejemplo de persona independiente y realizada que soy, no pude evitar desear que también mis niños puedan ir a hotelazos cuando viajen, que no se preocupen cuando les venga el IBI y que no tengan que aceptar trabajos mal pagados para los que les sobre cualificación. Y ahí es cuando se me pasó por la cabeza lo de la boda por interés, pero sólo fue un momento de debilidad; luego he vuelto a confiar en que pronto, gracias a nuestros gobernantes presentes y futuros, saldremos de la crisis; el esfuerzo y la capacidad tendrán su recompensa y nuestros hijos no tendrán que largarse a Alemania a trabajar.... ¿Que si de verdad tengo esperanzas? Puf, un montón. Pero, entre tanto, juego a la lotería todos los días, que no está tan mal visto como lo del braguetazo.