Charles Darwin se enfrentó durante toda su vida a la polémica levantada por la cascada de pruebas con las que defendió el origen y evolución de las especies por medio de la selección natural. Frente al auge rápido del darwinismo, los fundamentalistas cristianos mantuvieron la idea de un mundo -incluido el que forman los seres vivos- creado por Dios y, por tanto, ajeno a cualquier fuerza de la naturaleza que pudiese desafiar los designios divinos. Pero ese punto de vista duró poco.

El declive del creacionismo, defendido hoy sólo desde las filas de la ignorancia y el desprecio por las pruebas empíricas, no terminó sin embargo con la polémica. Si bien la idea de la evolución se asentó de manera definitiva en el terreno de la ciencia, la manera como se producen los cambios ha seguido siendo materia de discusión. Los darwinianos más radicales mantienen el esquema original de unos cambios graduales y lentos controlados en todo instante por la selección natural. Frente a ese modelo que podríamos llamar gradualista o adaptacionista, una escuela de pensamiento ligada Stephen Jay Gould y Nils Eldredge, la conocida como estocástica, quitó importancia al proceso lento y gradual para postular la existencia de instantes de cambio casi catastrófico, debido en buena parte al azar y no a la fuerza, ciega pero previsible, de la adaptación al medio ambiente.

Decidir por razones que no sean hipotéticas cuál de los dos modelos retrata mejor las transformaciones de las especies es difícil. En realidad, podría decirse que todo depende de la escala con la que midamos el cambio. Pero por fortuna aparece de vez en cuando algún procedimiento capaz de arrojar, si no luz, al menos cierta claridad sobre el problema. Así sucedió con los estudios del "ruido" en la expresión genética, es decir, en la manera como se traslada el contenido de los genes al fenotipo. Si en esa expresión hubiese una variación azarosa dentro de células iguales y sometidas a los mismos procesos de crecimiento, entonces la idea estocástica tendría un soporte empírico firme. Siempre que dé lugar a la fijación de las características nuevas aparecidas. El ruido de la expresión genética ha sido detectado numerosas veces en el mundo de la vida, dando lugar casi siempre a resultados negativos que la selección natural elimina. En la revista PNAS de esta pasada semana se publica un artículo de Zhi Wang y Jianzhi Zhang, del departamento de Ecología y Biología evolutiva de la universidad de Michigan en Ann Arbor, que confirma a través de experimentos hechos con levadura esa vertiente negativa e indica de qué forma los organismos, los diploides en especial, controlan y evitan el ruido. Pero Wang y Zhang advierten acerca de la presencia de fenómenos estocásticos en los procesos moleculares que van más allá de ese ruido y abren paso a un papel fundamental del azar en la evolución. Algo que casi todos los paleontólogos, por cierto, sospechaban. Aunque sólo sea porque Stephen Jay Gould, desaparecido ya, fue un científico y un escritor de altura gigantesca.