En los propósitos del año incluí no fumar más debates. Ya había reducido la dosis pero, como 2011 es año electoral, tomé la determinación de dejarlo del todo. Voy cumpliendo pero sólo estamos en precampaña...

Los debates me parecían importantes cuando pensaba que en el enfrentamiento de opiniones contrapuestas vencía la mejor idea. Como crecí en una sociedad sin debate, donde se superponían varias ideas únicas, creí en eso hasta bien mayor.

En la práctica aprendí que las ideas no eran nada sin las palabras y los gestos. Los gestos son más sinceros que las palabras -es más fácil decir lo contrario de lo que se piensa que expresar con el gesto lo contrario de lo que se siente- pero lo dicho, dicho quedaba. El diccionario me demostró que la multiplicidad de las acepciones debilita las palabras porque da ambigüedad a su significado. Sin que Diego diga "digo", algo y su contrario pueden parecerse. Eso ocurrió antes de que los contextos se volvieran más importantes que los textos, el marco más valioso que el cuadro.

Entre la creencia inicial (en el debate vence la mejor idea) y la final (en el debate no importa demasiado lo que se diga) quedaba poco a qué atenerse. Desde la semana pasada no queda nada porque nos enteramos de que Miguel Ángel Rodríguez llamó "nazi" al jefe de la unidad de dolor del hospital Severo Ochoa para "darle un coscorrón" y así "calentar" un debate, porque el género "funciona así".

"Debate" y "combate" son sinónimos en alguna acepción pero conviene diferenciarlos. Para "dar coscorrones" lo eficaz es el combate. El debate es óptimo para los argumentos, inútiles en el combate.

Como cuesta aceptar que a los que escuchan debates no les interesen las ideas ni las palabras sería mejor ofrecer combates -a golpes y hasta que uno caiga- para los que preguntan quién ganó cuando quieren saber cómo fue un debate.