El inesperado éxito mundial de ese breve alegato contra la indiferencia que es ¡Indignaos! (Destino, 2011), escrito por el joven Stéphane Hessel de 93 años como reacción ante la pasividad de una sociedad que contempla adormecida el desmantelamiento del Estado Social, ha coincidido ahora, con su traducción al castellano, con las revueltas en los países árabes. Asistimos fascinados y perplejos a ese viento de democracia que sopla desde el sur del Mediterráneo. Pero nos sentimos espectadores (no en Libia, evidentemente) de esos sucesos aunque no concernidos, mientras la actual crisis económica sigue socavando las democracias occidentales.

Esta involución democrática, alentada por los mercados y sus drásticas medidas de ajuste, apenas ha tenido contestación social en España. No así en Grecia, Francia, Inglaterra, Portugal o Islandia. En Portugal se manifestaron miles de jóvenes sin contar con el apoyo sindical y político pero valiéndose del extraordinario poder de convocatoria de las redes sociales, pudiendo ello incidir, días después, en el rechazo parlamentario a las enésimas medidas de ajuste y provocando así la dimisión del primer ministro luso. Nada comparable al caso islandés, escasamente analizado por la mayoría de los medios de comunicación, donde la ciudadanía también logró hacer dimitir al Gobierno tras una serie de movilizaciones. La ciudadanía decidió, mediante referéndum, no pagar la deuda bancaria contraída con Inglaterra y Holanda mientras no cambien las estrictas medidas de devolución. No satisfechos con ello, forzaron al nuevo Gobierno a nacionalizar la banca en vez de inyectar crédito, tal y como exige la ortodoxia financiera del FMI y el Banco Mundial. Ahora algunos de los ejecutivos bancarios, responsables de dicho saqueo, son perseguidos por la justicia siguiendo el principio ético de lo que Lourdes Benería y Carmen Sarasúa han denominado "crimen económico contra la humanidad".

Contra el pensamiento neoliberal hegemónico, una serie de economistas franceses han criticado en el Manifiesto de economistas aterrados (Barataria, 2011) lo que consideran una serie de "falsas evidencias" (no es cierto que los mercados financieros sean eficientes y favorezcan el crecimiento económico, por ejemplo) y proponen medidas alternativas a las adoptadas (prohibir a los bancos especular por cuenta propia, fijar tasas sobre las transacciones financieras o elevar la fiscalidad de las rentas más altas). Aunque "no pretende constituir un programa de acción inmediata", sí tienen la intención pedagógica de ofrecer argumentos para que la ciudadanía someta los objetivos económicos a un proceso de deliberación democrática. En nombre de la ciencia, pero sin revisar sus fundamentos epistemológicos, la economía neoliberal ha impuesto un modo de vida y sociedad cuya finalidad principal ha sido debilitar la autonomía democrática de los gobiernos. Pero lejos de la disolución de la política proclamada, los mercados ejercen ahora, sin apenas resistencia, el monopolio de la ideología.

En este contexto, Hessel reclama una insurrección pacífica de la ciudadanía, tal y como ha sucedido en los países árabes pero también en Portugal e Islandia. "Mirad a vuestro alrededor, encontraréis los hechos que justifiquen vuestra indignación", escribe quien fuera combatiente de la Resistencia durante la ocupación nazi en Francia. Indignarse significa no aceptar que la realidad sea racional y justa, porque lo que hay no es siempre lo que debiera ser (falacia naturalista); pero, también, requiere traducir en actos nuestra inquietud, comprometerse con nuestras ideas en la acción para no caer en la tentación del lamento destructivo.

Para tener certeza de nuestra existencia no sólo hace falta pensar, también hay que rebelarse, cuestionar la inevitabilidad de lo real. "Me rebelo, luego somos", escribió Albert Camus en El hombre rebelde: "¿Qué es un hombre rebelde? Un hombre que dice no". Sin caer en el escepticismo paralizante, el ciudadano rebelde sabe que la resistencia es un primer paso hacia la construcción de una posibilidad diferente a la existente: "negar no es renunciar: es también un hombre que dice sí desde su primer movimiento".