Así lo afirma la página de publicidad insertada profusamente estos días por el Ministerio de Fomento en los diarios. Hay una práctica unanimidad en la clase política y empresarial (con la loable excepción de Esquerra Unida) que destaca la importancia de esa nueva terminal del aeropuerto de Alicante para la economía y el turismo, inaugurada a bombo y platillo hace pocos días. El falso mito del beneficio para la sociedad de las infraestructuras se repite día a día, aunque nadie demuestre ese beneficio social con datos concretos, más allá de intuiciones y suposiciones.

Las cifras asustan. Una inversión de 629 millones de euros, o sea más de 100.000 millones de las antiguas pesetas, para una nueva terminal de dudosa utilidad. ¿Es necesario un edificio para albergar más de 4.000 plazas de aparcamiento cubierto? ¿Qué utilidad tendrán las antiguas terminales T1 y T2? ¿Servirán para recoger algo más que polvo y telarañas? Una terminal preparada para acoger un tráfico de 20 millones de pasajeros. Pero ¿llegará algún día ese aeropuerto a esa cifra? Hay que decir que no es previsible y lo razonaremos.

En 2010 el número total de pasajeros del aeropuerto de El Altet no llegó a 9,4 millones, con un incremento del 2,7% sobre las cifras del 2009. Hay que decir que en ese año de crisis económica se produjo, por primera vez en muchos, una disminución del tráfico aéreo del 4,6%. Pero las perspectivas futuras no son de un crecimiento espectacular, como se da a entender. La próxima apertura del nuevo aeropuerto internacional de la región de Murcia y sobre todo la abertura en 2013 de la nueva línea de alta velocidad Madrid-Alicante-Murcia producirá un descenso de pasajeros en el aeropuerto de El Altet. Lo hemos visto en otros aeropuertos, cuando se abrieron la línea AVE Madrid-Sevilla en 1992 y más recientemente con las líneas Madrid-Barcelona y Madrid-Málaga. El trasvase de pasajeros del avión al tren AVE es imparable en esas líneas aproximándose al 50% de viajeros. En la línea Madrid-Sevilla el AVE desbancó al avión y el ferrocarril pasó en el reparto de modos del 33 al 85% en 15 años.

La subida continua del precio del carburante debido al agotamiento y cénit del petróleo, la gravedad de la burbuja inmobiliaria con la existencia de más de 1 millón de casas sin vender que tardarán años en ser digeridas, las previsibles restricciones al tráfico aéreo por sus repercusiones sobre el cambio climático y el fin de la subvención fiscal al queroseno no son factores temporales que sean de fácil resolución y que den paso a un horizonte de crecimiento continuado y espectacular del tráfico aéreo, como para necesitar una terminal que de servicio a unos hipotéticos 20 millones de pasajeros.

Los gestores de Aena y del Ministerio de Fomento no son conscientes que vivimos en La era del fin del crecimiento (Heinberg, 2011), que la hipótesis de un crecimiento continuo de la economía en un mundo de recursos finitos es imposible, que los límites al crecimiento están cada vez más presentes, comenzando por el fin del petróleo barato y que invertir esa millonada en una infraestructura gigantesca y desmesurada en los tiempos de crisis y recortes sociales no deja de ser un despilfarro que nos pasará factura.

Mención aparte merece la obstinación del Consell en boca de Mario Flores, conseller de Infraestructuras, en la reclamación de la construcción de una futura segunda pista del aeropuerto. Está en la línea de la guerra no declarada al Gobierno Zapatero y con la intención de reventar la inauguración de la nueva terminal. La necesaria ocupación de 20 hectáreas del humedal catalogado Saladar d'Aigua Amarga para llevar adelante esa ampliación es incompatible con la preservación de la zona húmeda y por tanto ese proyecto es inviable. ¿Conoce el conseller el Catálogo Valenciano de Zonas Húmedas? Si lo conoce esa insistencia demuestra su actitud de desprecio hacia el medio ambiente y merecería un toque de atención.

El vigente Plan Director del aeropuerto reconoce que la actual pista tiene capacidad de hasta 40 operaciones en hora punta, capaz por tanto de atender la demanda de hasta 17 millones de pasajeros, que difícilmente se alcanzarán en los próximos 10 años.