¿Es la ONU Dios?, ¿es infalible?, ¿la injusticia deja de serlo si está bendecida por la ONU?, ¿se torna la justicia en injusticia si no hay tal bendición?, ¿el sufrimiento y la muerte de inocentes que provoca toda guerra son menores si la ONU da su consentimiento?, ¿son mayores si no lo da?, ¿el derrocamiento de un tirano es bueno si lo manda la ONU?, ¿deja de ser tirano si la ONU no ordena derrocarlo? Desde luego que deseo una ONU mejor, pero el camino no es divinizar a la ONU actual, sino enumerar las razones por las cuales esta ONU es, ay, demasiado mundana. Y, por ende, imperfecta.

¿Es el llamado Derecho Internacional legítimo? Desde una opción democrática, nunca la fuerza debe legitimar la ley. Nunca una oligarquía tiene poder legitimador. La ONU se propone como una especie de gobierno mundial dotado de un poder legislativo capaz de generar resoluciones. Estos preceptos adquieren categoría de ley en virtud de la decisión de cinco países que tienen derecho a veto. Cinco. El colmo de este despropósito es que el privilegio de estos países no es concedido voluntariamente por los restantes miembros de la ONU, sino que la minoría se lo impone a la mayoría. No olvidemos. Los Estados con derecho a veto son precisamente los que salen reforzados tras la Segunda Guerra Mundial. He aquí un poder legislativo, y las leyes que de él se derivan, legitimado por la fuerza. He aquí una oligarquía de naciones fabricando leyes. No obstante, ¿sería el Derecho Internacional legítimo si ningún país tuviese derecho a veto? Tal como está constituida hoy por hoy la ONU, debemos decir que no. ¿Se imaginan el sarcasmo? Siendo la mayoría de los Estados del mundo tiranías, una ley quedaría legitimada si fuese votada a favor por todas las tiranías. Colosal disparate. Evidentemente, los Estados miembros deberían ser democracias. Sólo entonces la ley que de ellos emanara podría ser aceptablemente legítima para un demócrata.

¿Derecho Internacional o declaración de principios? Existen dos tipos de preceptos que buscan, acertada o erróneamente, el bien: las normas morales y las leyes políticas. Se parecen, pero hay una diferencia elemental entre ambas que nos permite distinguirlas. La norma moral me obliga íntimamente a su cumplimiento. Cuando se vulnera, la conciencia se suministra a sí misma una sanción interna en forma de vergüenza o remordimiento. Sin embargo, cuando la ley política no se cumple existe una fuerza externa policial o militar que sanciona y obliga a su cumplimiento. Las llamadas leyes internacionales no cuentan con esta policía o ejército verdaderamente unitario y a su servicio. Son multitud las guerras desencadenadas en la segunda mitad del siglo XX. También hubo genocidios. ¿No se enteraron las naciones de que la guerra está abolida? ¿Ignoraban los sanguinarios que el genocidio ya es ilegal? Demasiadas veces la fuerza militar de la ONU, que debería evitar tales catástrofes, brilló por su ausencia. Demasiadas veces las sanciones quedaron sin aplicación. Me temo que la ley internacional sólo tiene de ley la nomenclatura, pues son simplemente un conjunto de normas morales. Ergo, mera declaración de principios. En política exterior, y más aún cuando hay conflicto o guerra, me temo que las leyes internacionales son leyes tan solo en la forma. Si un país no las cumple no pasa nada. Y si no pasa nada, muy pocos las cumplen. Quienes las cumplen no lo hacen por respeto a la ley o por miedo a una especie de policía internacional que brilla por su ausencia, sino por miedo a la respuesta poderosa de este o aquel Estado o porque egoístamente le conviene. Conclusión: la política internacional es un juego de poder. Cada país busca su propio bien, que suele ir unido a su propio sistema de valores, y utiliza diversos medios para conseguirlo, incluido la fuerza si considera que sus intereses están en peligro inminente y está persuadido de la victoria. Cuestión de equilibrios. En tiempos de paz juega la astucia (diplomacia). En tiempos de guerra, la táctica y la estrategia. Unos países tienen más poder que otros y los intereses de esos países pueden ser coincidentes u opuestos entre sí. Eso es todo. Es un hecho. Y a los hechos hay que reconocerlos. Lo cual no significa que se los apruebe. El cáncer, por ejemplo, es un hecho. Lo reconozco, pues. Ahora bien, que lo reconozca no quiere decir que me parezca bien. Pero, ¿hay cura para este mal?, ¿podría tener la ONU un verdadero poder coercitivo? La ley internacional y un presunto Estado mundial tienen unos problemas de concepción que no tiene el Estado nacional y su ley. ¿Cómo constituir un ejército mundial? ¿Qué país poderoso cedería su ejército para que, si el poder judicial internacional lo dictaminase, fuese utilizado en su contra? No tengo respuesta.

¿Es la ONU aceptablemente eficaz? Quizá podríamos ser pragmáticos y asumir que esto es lo que hay, y que lo que hay es mejor que nada. Quisiéramos un deportivo último modelo y tenemos una tartana llena de abollones. Desesperados, nos sentimos tentados a asumir que ir en tartana es mejor que ir a pie. No obstante, esta asunción depresiva solo adquiriría cierta validez si efectivamente quedara probado que la tartana es más eficaz que nuestras debilitadas extremidades. Pero, ¿es esto así? Controvertida cuestión. La actual ONU dista mucho de la vieja idea de Kant de un gobierno global capaz de garantizar la paz internacional en un idílico mundo constituido por repúblicas. La ONU es un organismo bien intencionado que a veces ha funcionado y otras no; y lo que es más grave, no siempre ha funcionado para bien.

Recordemos. Desde 1945 se cuentan más de treinta millones de muertos en innumerables guerras que la ONU no pudo, no supo o no quiso detener. Desde la creación del Consejo de Seguridad la ONU legisla muy rara vez sobre guerra, pues la mayoría de los conflictos que han dividido a la humanidad desde hace medio siglo también dividieron al inmaculado y angelical consejo. Ruanda. Un millón de tutsis exterminados. Informado de la tragedia, el equipo de la ONU dirigido por el comandante canadiense Dallaire no dejó de llamar a la sede central pidiendo ayuda. Hubiesen bastado cinco mil soldados para detener el genocidio. Quizá menos. La ONU no hizo nada. Podríamos seguir. Juzguen ustedes.

En fin, hoy tenemos nuestra guerra legal contra Libia. ¿Pero es una guerra moral y justa? Ayer teníamos una guerra "ilegal" contra Irak. ¿Pero era moral y justa? La intervención militar en Kosovo para derrocar a Milosevic se hizo con el permiso de Javier Solana, pero sin la bendición de la ONU. Rusia amenazó con vetar la propuesta de intervención. La guerra fue pues ilegal. ¿Pero era moral y justa? España dio su beneplácito a las tres guerras. La ONU, no.

¿Tanto ruido por la guerra de Irak y tanto silencio por la guerra de Libia tan solo por su presunta ilegalidad o legalidad? ¿Nadie se atreve a cotejar los niveles de moralidad y de justicia presentes en ambas?

¡Bendita ONU! Cuando el Absoluto habla, los hombres callan.