Seguimos conmocionados por lo ocurrido en Japón desde el pasado viernes. En apenas unas horas la región noreste de la isla de Honsu, en un país rico, queda sumida en la tragedia. Se han sucedido, en catastrófica sucesión, varios terremotos –porque la Tierra allí ha temblado muchas veces desde el viernes y lo sigue haciendo-, un maremoto de enormes proporciones -que ha recuperado el recuerdo del drama sucedido en el Índico en las navidades de 2004-, y emisiones radiactivas procedentes de la central nuclear de Fukushima a consecuencia de los efectos de los múltiples movimientos telúricos. El riesgo natural y el riesgo tecnológico han coincidido en este evento extremo proporcionándonos algunas lecciones que merecen comentarse.

1ª. La vida en un territorio (país, región) de riesgo debe asumirse siempre bajo esta condición. Japón es un país de riesgo; una de las zonas del planeta con mayor nivel de riesgo natural y tecnológico. Terremotos, maremotos, tifones, además del riesgo vinculado con las sociedades desarrolladas y sus actividades económicas (nuclear, químico, transportes). No es nuevo lo sucedido en Japón el pasado fin de semana. Allí son plenamente conscientes de dónde viven.

2ª. Japón es un país preparado, muy preparado, para afrontar episodios extremos. Es el país con mayor nivel de preparación sísmica (edificación antisísmica) del mundo y con mejor gestión de las emergencias. El terremoto ocurrido el pasado viernes ha sido especialmente virulento; uno de los terremotos más importantes del último siglo. Y el maremoto producido es también uno de los más enérgicos. Y a pesar de la terrible magnitud de estos eventos naturales hemos visto en las imágenes de televisión una sociedad preparada que sabía cómo actuar en estos casos. Y hemos oído sirenas sonando en las ciudades, avisando del peligro que acechaba.

3ª. Un país rico, como Japón, va a poder hacer frente al desastre ocurrido, no sin mucho esfuerzo. Imaginemos, por un momento, que el episodio extremo que ha afectado a Japón lo hubiese hecho en otro país con menor nivel económico (Filipinas, países sudamericanos ribereños del Pacífico, la propia China).

4ª. Y en España, ¿cómo nos habría afectado un evento de estas características? De entrada un terremoto de esta magnitud y su maremoto asociado no puede ocurrir. Pero no hace falta un evento tan enorme para provocar efectos dramáticos. Recordemos los terremotos de Cádiz y Huelva (1755), Torrevieja (1829) o Granada (1884). Construimos también aquí bajo normativa sismorresistente. Pero esto no es suficiente. Tenemos una protección civil y unos cuerpos y fuerzas de seguridad de Estado inmejorables, preparados para actuar eficazmente con este tipo de catástrofes. Pero tampoco es suficiente. Nos falta lo básico. Nos falta educación para el riesgo. Nuestra sociedad no sabe cómo reaccionar ante un terremoto, ante un temporal o ante una lluvia torrencial. Nadie nos educa para el riesgo. Pero esto parece que no es importante en nuestro país. O al menos no es importante para nuestros gobernantes que, teniendo la posibilidad de incorporar la educación para el riesgo en escuelas e institutos, no lo hacen.

Ésta es nuestra realidad, nuestro drama. Nosotros también vivimos en una región de riesgo. Se han cometido y se siguen cometiendo barbaridades por una ocupación irracional del territorio que no respeta el funcionamiento de la naturaleza. Japón nos ha dado una lección: aún estando muy preparados, un evento de estas características termina siendo una catástrofe. Lo de menos son los daños económicos; lo de más es que siguen perdiéndose vidas humanas cuando la naturaleza ruge. Y si allí, en Japón, estando preparados, informados y educados para el riesgo ha ocurrido lo que ha ocurrido, imaginemos lo que pasaría aquí. Y ya no cabe decir «mejor no imaginarlo», «mejor no pensarlo». No, esa actitud huidiza e irresponsable ante el riesgo ya no debemos admitirla. Hay que imaginar y pensar lo que podría suceder y, sobre todo, actuar para evitar, al menos, que siga muriendo gente, que sigan muriendo ciudadanos; es decir, que cualquiera de nosotros podamos perder la vida por un episodio natural de rango extremo.