Desde la caída de los dictadores en Egipto y Túnez hasta el lento hundimiento del tirano en Libia han corrido ríos de tinta acerca de los procesos constituyentes que estarían marcha en esa zona denominada por Occidente "árabe", "Oriente Próximo" o "Medio Oriente", es decir, en la zona no occidental a la que se mira con miedo y, a la vez, desde el pedestal de la supremacía.

Muchos politólogos describen las revoluciones no occidentales encajándolas en sus cánones de razonamiento eurocéntrico y androcéntrico. Se está escribiendo una historia democrática fuera de Occidente y nacerán nuevos Estados democráticos con los mismos fallos de las democracias occidentales. Defectos que tendrán como punto de partida la transición política adornada de consenso, de pactos entre las diversas fuerzas con la ausencia de la mitad del pueblo soberano, las mujeres. Un ejemplo que actualmente está saliendo a la luz para inspirar a estas transiciones políticas es la española.

Más allá de la mera exportación de la democracia, habría que empezar por los cimientos analizando estas revoluciones así como las futuras democracias árabes y, además, hacer una autocrítica a nuestras viejas democracias occidentales sobre la base de la igualdad. El análisis debe pasar por una crítica de las desiguales relaciones sociales y económicas de la humanidad que está asentada en el patriarcado. Si bien el capitalismo es desigual por antonomasia hay que tener en cuenta que su sustento está en el patriarcado. La histórica desigualdad de mujeres y hombres es la alfombra roja por donde pasa muy campante y jubiloso el capitalismo. Así lo hará en las nuevas democracias tras las transiciones políticas tal como sucede en las occidentales. Todos los modos de producción se han valido del patriarcado para desarrollarse. Los transitólogos y constitucionalistas clásicos no han cuestionado este sistema injusto de opresión de la mitad de la población: las mujeres.

Seguro que las próximas transiciones democráticas sólo serán un remedo de las occidentales donde en nombre del consenso de "toda" la ciudadanía va a nacer la criatura que ha de organizar al Estado y recoger los derechos y libertades: la Constitución, en la que no estarán presentes las mujeres.

La falta de crítica a la arraigada discriminación de las mujeres hermana a todos los transitólogos. A día de hoy en Occidente causa espanto hablar de democracia paritaria. El derecho constitucional oficial, invadido de prejuicios, se resiste a incorporarlo. Las relaciones de dominación y explotación solo entre hombres, sin duda, se van a cuestionar en la construcción de los nuevos Estados constitucionales en la zona "árabe"; pero la discriminación histórica de las mujeres en la participación y la representación política en ambos mundos no se pone en cuestión al momento de elaborar una Constitución. Los consejeros de estas transiciones explicarán conceptos obsoletos de pueblo soberano, división de poderes y hablarán de pactos necesarios en pos de la supremacía de esa Constitución eludiendo, claro, explicar su contenido androcéntrico, es decir, su carácter discriminador. Es más fácil ver la paja en ojo ajeno que la viga en el nuestro. La mitad del pueblo soberano estará ausente, pues no se tendrá en cuenta a las mujeres, el poder constituyente occidental y árabe seguirá excluyéndoles. Así, nuevos Estados patriarcales nacerán con la complacencia de Occidente.