Levanté el teléfono y no daba señal. Leí el periódico y no tomé una sola nota. Deduje que no funcionaban ni el teléfono ni la realidad. Llamé desde un móvil a mi compañía telefónica y les pregunté si el problema era suyo o mío. Me dijeron que se trataba de una avería externa a mi domicilio y que la arreglarían en un plazo máximo de 48 horas. Lo de la realidad era más complicado. No encontré un servicio de averías de la realidad. De todos modos, imaginé que sí. Y que llamaba:

-¿Es el servicio de averías de la realidad?

-Sí, señor, dígame qué le pasa a su realidad.

-Que no funciona.

-¿Podría ser más explícito?

-La miro y no me conmueve. He leído el periódico de arriba abajo sin tomar ninguna nota. Nada me llama la atención.

-¿Está usted seguro de que es un problema de la realidad?

-¿Qué quiere decir?

-Que a lo mejor el que no funciona es usted.

Colgué preocupado y salí al jardín, para ver si el frío o la visión de las plantas me afectaban de algún modo. Pero no me emocionaron en ningún sentido. En esto vi a un gato negro muerto junto a un árbol. Lo conocía, pues solía ponerle de comer. Pensé que quizá se había helado durante la noche. Tal vez hubiera tomado algún veneno. Toqué su cuerpo precavidamente, con un palo, y estaba completamente tieso. ¿Qué hago con él?, me pregunté. Sentí entonces que la realidad se ponía misteriosamente en marcha (aunque a medio gas).

A media mañana salí a la farmacia. De vuelta, tropecé con una barrendera. Le pregunté qué debía hacer con el gato y me dio un número del ayuntamiento. Llamé y les conté lo ocurrido. Me pusieron con el servicio de cadáveres, donde un señor me aseguró que se pasarían a recogerlo a lo largo del día. Aún no han venido, pero el día no se ha acabado. Tampoco han aparecido los de mi compañía telefónica, pero tampoco han pasado 48 horas. De vez en cuando descuelgo el teléfono, a ver si da señal. De vez en cuando me asomo al jardín, a ver si el gato ha resucitado. En cuanto a mí, he decidido pedir hora. ¿Pero a quién?