Según el Diccionario de la Real Academia Española de la Lengua, un palíndromo es aquella palabra o frase que se lee igual de izquierda a derecha, que de derecha a izquierda, por ejemplo radar. Y esa es, precisamente, la sensación que tengo desde hace algún tiempo, quizá demasiado, respecto de la política española.

Y es que cuando, por un lado, observo que un partido de corte supuestamente progresista ha realizado, entre otras, aportaciones a nuestra sociedad como la eliminación del impuesto del patrimonio, siendo los mayores beneficiarios de la medida aquellos con más recursos, que ahora ya no pagan por sus grandes fortunas; el aumento de los impuestos indirectos (IVA, hidrocarburos, impuestos especiales, etcétera), que supone que la subida afectará igual tanto al señor desempleado de larga duración, como a aquel directivo de entidad financiera que recibe bonus y pluses millonarios (a pesar de haber llevado a la quiebra técnica a su entidad); o como la aprobación de una reforma laboral con unos efectos relevantes en aspectos tan significativos como la flexibilización (abaratamiento, para entendernos) del despido; o como la reforma del sistema de pensiones con medidas como el retraso de la edad de jubilación o el aumento de los años de cómputo para el cálculo de la pensión.

Y cuando observo, por el otro, que un partido, supuestamente de corte conservador y/o liberal, apoya a los sindicatos en una huelga general en defensa de los intereses de los trabajadores; se abstiene en la votación de la reforma laboral antes indicada, cuando la misma acoge gran parte de los postulados de la patronal y el capital; se opone a la liberalización de la gestión aeroportuaria (la denominada privatización de AENA); o se niega a la creación del Consejo de Medios Audiovisuales, mecanismo para controlar los contenidos de los medios de comunicación.

Uno no puede dejar de sorprenderse, y no llega a saber quién es quién en esta comedia, y aunque era conocida ya la muerte de las ideologías, magistralmente expuesta por el filósofo francés Gustave Thibon a principios de los años 80 del siglo pasado, no creí que el cadáver estuviese ya en tal grado de descomposición. Tal es su estado que comienza a percibirse un hedor que resulta, en cada vez más ocasiones, insoportable.

No nos engañemos, la evolución de los partidos políticos ha tendido a configurarlos más como mecanismos de obtención y conservación del poder que como representantes de una determinada ideología, clase social o grupo determinado. Se difuminan así cada vez más las diferencias sustanciales entre unos partidos y otros, y los denominados colores políticos se difuminan en una suerte de paleta gris uniforme donde uno, desgraciadamente, corre el riesgo de acabar votando a aquel que mejor imagen da ante las cámaras. Y luego nos cuestionamos sobre los alarmantes índices de abstención que sufren las elecciones españolas, en fin.

Es cierto que poco a poco, con la paulatina renuncia ciudadana a ser dueña de su destino, se ha ido dejando a los partidos políticos un amplio, amplísimo, margen de actuación, lo que algunos han llegado a denominar como partidocracia, donde son los partidos políticos, y no los ciudadanos, quienes realmente gobiernan.

Y ¿qué partidos? Pues aquellos que han evolucionado hasta convertirse en las formaciones que los anglosajones denominan catch-all-party, o partidos escoba o atrapalotodo, es decir, aquellos cuyo principal objetivo es la captación de voto, sin tomar en consideración base ideológica alguna.

Así, desgraciadamente, al menos así lo opino, en nuestro país la política puede leerse igual de izquierda a derecha que de derecha a izquierda, porque dice exactamente lo mismo, y, lo peor no es eso, sino que, en demasiadas ocasiones, lo que dice es poco o nada.

Y esta "palindromía política" a lo que nos lleva es a una inseguridad absoluta como electores, cuando no a una auténtica indefensión como ciudadanos, pues uno no puede fiarse ni de los programas electorales, ni de las promesas hechas en campaña (lo cual, desgraciadamente ya se da por descontado), ni tampoco ya de la ideología del partido al que vota, pues desconocemos qué opción va a tomar dicho partido ante una situación dada, siendo en esos momentos de duda cuando la ideología debería marcar tendencia, pero, en realidad, lo que encontramos son respuestas tibias, insuficientes o contradictorias.

Por ello, de cara a las próximas elecciones, creo que debemos hacer es cruzar los dedos cuando el nuestro voto caiga en la urna, esperando que nuestro mandato se cumpla y, en todo caso, apostar por fórmulas que, más allá de la representación política otorgada cada cuatro años, den presencia real y continua a los ciudadanos en el devenir diario de la toma de decisiones político-administrativas, la denominada democracia participativa.

Y es que, esta política nuestra es imposible ya de reconocer, palabra que, por cierto, es un palíndromo.