No sé quién nos presentó, ni cuánto tiempo hace. Pero tengo la sensación de que fue hace mucho tiempo, porque es como si nos conociésemos de toda la vida. Él ya era juez, yo ya estaba en el CEU. Por lo tanto, debe de hacer unos diecisiete años. Vicente Magro Servet es una de esas personas que aparece en tu vida, y que, si no eres indecente, tienes que mantener en tu círculo de amistades para siempre. Es de esas personas que está a una llamada, solícito y presto a hablar de fútbol, baloncesto, maratón, y échele usted temas a Vicente que acertará.

Tiene una capacidad de trabajo encomiable. Una capacidad que desborda a propios y extraños, y que lo hace imprescindible si colaboras con él. Le puedes preguntar de dónde saca el tiempo, que el tiempo lo saca de donde todos: de las veinticinco horas que tiene el día. Escribe, viaja, da conferencias, corre, y atiende su juzgado con una profesionalidad y esmero que ya quisieran muchos. Preside la Audiencia, pero podría estar en cualquier responsabilidad judicial de este país, sin duda alguna, y ofreciendo una calidad jurídica y humana de primer nivel.

Pero hay mucha envidia. Yo lo he hablado con él. Se lo digo yo. Le digo que cuántas veces se ha aproximado a cargos de mayor responsabilidad en la judicatura, o en el servicio a la justicia, una mano negra de tontos útiles o de politicuchos al cuarto lo han vetado. Suele pasar. Las personas, como Vicente, con una independencia innegociable, con una capacidad de trabajo desbordante, con una humanidad constatable, no tienen mucho acomodo en un sistema de amiguitos del alma, o de cuotas de partidos. Es lo que hay. Y esa malsana envidia que le tienen algunos, no es sino una incompetencia ajena en descubrir las grandezas de Vicente.

Eso no va a cambiar. ¿Cómo va a cambiar que Vicente, cuando ejerció de senador, fuese uno de los que más ha utilizado la biblioteca del Senado? Esto de leer ávidamente tiene estas cosas. Cuando otros senadores se pegaban tripadas gastronómicas, o se perdían en conjuras varias, este gran senador de Alicante se debatía entre folios y folios hilvanando propuestas para mejorar la calidad de los ciudadanos. ¡Este Vicente no se entera! Pero esa honradez senatorial le acompaña.

Yo lo invité a que formase parte del claustro de la Universidad CEU Cardenal Herrera, y bendita la hora. Diligente, puntual, atento a los alumnos como si fueran sus hijos, respetuoso con sus compañeros profesores, atento a toda la jurisprudencia, puesto al día, ordenado, locuaz, positivo y amable, le acompañaron en su periplo universitario. Él dice que yo fui el "culpable" de que se pusiera manos a la obra y realizase su tesis doctoral. No hice nada que no haga con el resto: animar a conseguir el doctorado. Por eso, y por sus múltiples obligaciones, es un orgullo que Vicente sea doctor en derecho. Hoy, ya no está con nosotros aunque las puertas tiene abiertas. Porque no es tan fácil conseguir personas enamoradas de lo que hacen. Y dispuestas a cumplir fielmente con su cometido.

A mí siempre me da mucha alegría ver a Vicente. Porque le recuerdo como compañero, y porque siempre es bueno tener gente tan humana a tu lado. El tiempo, y la distancia física, no nos hacen coincidir como sería saludable. Porque las relaciones humanas hay que cultivarlas, y cuidarlas. El profesor Vicente Magro, juez, escritor, corredor, futbolero, baloncestista, amigo de sus amigos, es un ejemplo para la provincia. A sabiendas de que alguna gente no lo tiene en cuenta. Ellos se lo pierden. Los que estamos en su círculo, muy amplio, de conocidos o amigos, tenemos muchas sensaciones positivas de una gran persona. Y en este mundo tan desaborío, empiezo a necesitar gente como Vicente. Para que cuando te sientes a su lado, veas la grandeza humana y la talla intelectual y profesional. Se merece mucho más que este artículo, pero yo lo he escrito para que la gente lo sepa. Porque los afortunados que los sabemos, hace tiempo que lo propagamos a quién nos quiere escuchar. Vicente Magro es culpable de ser libre. No hay castigo, hay premio divino.