Usted quiere tener derecho a tomarse un café en un bar y no inhalar humo de cigarrillos ajenos y yo quiero tener derecho a estar en una discoteca y poder hablar con mis amigos sin dejarme las cuerdas vocales en el intento; o simplemente bailar sin que la música me aturda. Usted dice que el humo le perjudica, pues se convierte en un fumador pasivo, y yo quiero que no me perjudique la música alta, quiero dejar de ser un atronado pasivo. Me dejarán sordo en menos de cuatro años, y afónico; y esto es un daño objetivo a mi salud que tengo que aguantar si voy a una discoteca.

Aquí tengo que decidir. ¿Qué quiero, una ley que prohíba la música muy alta en las discotecas o dejar de entrar en las discotecas si siguen poniendo la música alta?

Yo opto por la segunda opción. Es una cuestión de principios. Que el dueño del local (bar o discoteca) decida si en su negocio se fuma o se pone música alta. Yo decidiré si entro o no. De hecho no entro en las discotecas, pues en todas hay exceso de decibelios. Y tan feliz.

Pero al Estado le pido coherencia. Debería desde hoy empezar a elaborar una ley contra la música alta en las discotecas. Los que defienden la prohibición del tabaco en espacios privados abiertos al público sostienen que perjudica a la salud de los otros, pues el humo está en el ambiente. Lo mismo ocurre con la música alta. Existen informes médicos al respecto. La estimación del número de sordos en los adultos de mañana, hoy jóvenes discotequeros, es alarmante. Además, los camareros de los bares inhalan un humo que no eligen y que les perjudica. Pero los camareros de las discotecas no tienen por qué resignarse a ser sordos.

Y puestos a ser coherentes, prohibamos también ese exceso de decibelios, objetivamente tan perjudicial al oído, presente en los conciertos de rock. A muchos nos gusta el rock, pero bajito y sin que perjudique la salud.

También pido coherencia a los defensores de esta nueva ley que además son usuarios diarios del automóvil privado. Deberían dejar de usar el coche por la ciudad. Es más, deberían exigir al Estado, con la misma beligerancia que exigen la ley antitabaco en espacios cerrados, una ley antiautomóviles en la ciudad. Los ciudadanos que van en bici o simplemente prefieren caminar no tienen por qué respirar el humo de sus automóviles. Lo respiran sin elegir hacerlo. Además los conductores, tan fresquitos con su aire acondicionado, no padecen los males que ellos mismos generan (por la vía pública van niños, ancianos y enfermos de asma). Esta asimetría con respecto a los fumadores hace aún más antipática su actitud. Pero hay más. Permitir que circulen coches privados, aumentando innecesariamente los niveles de contaminación, deja indefensos a todos. Finalmente yo puedo evitar una discoteca o un bar donde se fuma, pero me resulta muy difícil evitar la calle.

Observo también que el gobierno y muchos defensores de esta ley sobre el tabaco se descubren como auténticos liberales: si alguien quiere fumar y matarse, tiene derecho; pero sin perjudicar a otros. ¡Toda una declaración de principios! Pues eso. Nadie tiene que defendernos de nosotros mismos. El Estado debe defendernos de los otros. Pero... ¿quién defiende a las pobres personas que viven en el centro de la ciudad (niños y enfermos entre ellas) de sus despiadados conciudadanos conductores? Si quieren usar el coche son muy libres, pero deberían meter el tubo de escape dentro de la cabina.

Además, no entiendo cómo no suman a su liberal declaración de principios la exigencia de la legalización (o eliminación de la prohibición) de tantas sustancias hoy por hoy ilegales: cocaína, heroína, hachís, LSD, etc. ¿Qué mal hace un adulto a otro esnifando cocaína o dándose un chute de heroína? No solo tenemos derecho a matarnos con el tabaco. Tenemos derecho a matarnos con la cocaína o la heroína si no perjudicamos a otros. Es más, cocaína o heroína no generan humo. Estupendo. Exijo poder comprarla legalmente y consumirla libremente en bares y cafeterías. Y si por razones estéticas alguien pone alguna pega al uso de la jeringuilla, no soy muy exigente, que al menos pueda adquirir la sustancia en el estanco y pincharme en mi casa sin temer a la policía. Legalización de todas las drogas ya.

Aunque quizá tras esta deriva, muchos gobernantes y algunos defensores de esta ley se den cuenta de que no son tan liberales. ¡Un momento! ¡A ver!, ¿soy liberal o soy bueno?, se dirán perplejos. Esencial dilema para poder definirse como facha o progre en nuestra posmoderna sociedad. Quizá redescubran entonces su lado buenista. No es muy coherente tratar a un fumador como un vicioso gilipollas y, por ende, malvado y a quien se chuta heroína como un enfermo necesitado de ayuda. O los dos viciosos gilipollas o los dos enfermos. Si son viciosos gilipollas los dejamos a su propia suerte evitando previamente que nos perjudiquen; pero si son enfermos... ay, habrá que ayudarlos. Ergo, hay que salvar a los fumadores del tabaco, por su bien. La exigencia entonces será otra. Dado que el tabaco es un mal objetivo, como las sustancias antes citadas, prohibámoslo también. Radicalmente. Al heroinómano le empezamos a salvar hace años prohibiendo la heroína. Salvemos al fumador ahora ilegalizando el humo de sus sueños. Es incomprensible que encarcelen al camello de mi barrio y el Estado, camello legal del tabaco, no se encarcele a sí mismo.

Y si ya hemos resuelto el dilema. Y nos reconocemos buenos. La cosa se aclara bastante. Puestos a proteger a los ciudadanos de todo mal, prohibamos también el alcohol responsable de tanta cirrosis, las hamburguesas que tanto elevan los niveles de colesterol y los restaurantes mejicanos que con su abundante picante son responsables de la mayoría de las hemorroides que padece la ciudadanía. Por ende, esto supondrá un ahorro a la seguridad social. Los que no bebemos alcohol ni comemos hamburguesas ni gustamos del picante no tenemos por qué pagar los tratamientos médicos aplicados a estos temerarios ciudadanos.

Y después, ¿qué se prohibirá? Lo ignoro, pero seguro que habrá más cosas. Si la salud física no basta como motivo, daremos el salto a la salud mental. Lo malo de esto es que los patrones de salud mental son algo más difusos que los de la salud física. Y finalmente pueden ser inventados directamente por los politiquillos de turno. Al final llegaremos al ansiado ideal, por el bien de todos: lo que no esté prohibido será obligatorio.

Creo que acabaremos todos neuróticos o paranoicos. En cualquier caso, un poco más estúpidos y con algo más de mala leche. Eso sí, nuestro cuerpo sano como una manzana. Aunque no sé. La estupidez y la mala leche son a veces la causa de otros males que pueden acabar también perjudicando la salud. ¿O no? En fin, feliz año amigos; y vigilad vuestra tensión arterial.