Este mes de diciembre los niños de mi clase, que tienen cinco años, no hablan de otra cosa que no sea la Navidad. Comentan los juguetes que "se van a pedir", los que les traerán en su casa o en la de sus abuelos, y si les serán solicitados a Papá Noel o a sus majestades los Reyes Magos. Hay discusiones frecuentes sobre quién llegará antes, sobre si corre más un reno o un camello, sobre qué animal aguanta más peso... También se preguntan dónde viven todos estos personajes, dónde guardan tantos juguetes, quién manda más, y cómo se enteran del comportamiento de los niños durante el año. Dependiendo de qué familiar responda a sus interrogantes, de qué explicaciones les den sus hermanos, de qué vean en la televisión, o de sus propios pensamientos, cada niño se hace una versión del evento magnífico de recibir regalos a montones sin más motivo que ser ellos quienes son, y sin más obligaciones, ni agradecimientos que su respuesta ilusionada, su contento y su excitación ante el misterio, la magia y el secreto que envuelven la llegada de los esperados regalos. Es un momento bonito esta visita de la fantasía a cada casa.

Lo que vengo descubriendo de unos años aquí es que la mayor parte de las veces que mis alumnos me cuentan los juguetes que han pedido, no tengo ni la menor idea de lo que me están hablando. O tienen los nombres en inglés, o se refieren a artefactos cuya diversión no alcanzo a vislumbrar, o peor aún, no les encuentro la gracia, lo mire por donde lo mire. Al principio esa sensación de "extrañeza" me generaba un rechazo importante. Por una parte sentía pena al considerar que si no podía entender las preferencias de los niños en los juegos, me alejaría de ellos inevitablemente. Por otra me entraba una rabia tenaz, que me hacía luchar contra los juguetes que me parecía que invitaban a la competición, la pasividad, al individualismo, o a la violencia. A los que potenciaban actitudes sexistas, no daban margen a la creatividad, o eran exageradamente didácticos o mecánicos.

Muchos de estos juguetes surgen de personajes de películas de dibujos animados, que al niño le gustan y le entretienen. Otros son anunciados en la televisión con presentaciones con frecuencia engañosas, con un despliegue de colores y músicas, que producen un gran efecto seductor al que es difícil resistirse.

Los hay que obedecen a la política del botón, poniendo a los niños de espectadores y no de sujetos activos de sus juegos, tendiendo a sobreestimular, provocando que los niños deseen cosas por encima de su edad, y creando adicciones tempranas. También hay abundancia de juguetes pensados para convencer a los padres, -deseosos de que sus hijos "prosperen"-, de que por un poco más de precio, ese oso blandito le servirá a su niño para aprender, ya que sólo con tocarle la pata, dirá los números, las letras o los colores en castellano y en inglés. Pero en realidad lo que pasa en que esos juguetes tan "listos", interrumpen el juego imaginativo y natural de los niños, obligándolos a escuchar retahílas, cuando ellos lo que están queriendo a lo mejor es jugar a hacer como si su osito durmiera o diera saltos. O sea, que hay muchos juguetes ahora que descolocan a los niños de las necesidades y los privilegios de su momento infantil y los abocan al consumo, como público potencial que serán en un futuro próximo. Y esto es preocupante.

Sabiendo que lo que se juega en el juego de los niños son asuntos tan importantes como: la gestación de la identidad, el crecimiento de la autoestima, el estreno de la capacidad creadora, la elaboración de los conflictos, el inicio del acercamiento a los demás y la puesta en marcha de los primeros aprendizajes, estaría bien cuidar un poco más la elección de los juguetes que van a ir a parar a sus manos.

Recordemos que hay muchos juguetes que siguen dando juego: la arena de la playa, las piedras, las hojas, el agua, las cacerolas, las telas, las sillas, las cajas, las pinturas, los humildes balones, las muñecas, las bicicletas, los rompecabezas, el parchís... Sin olvidar los buenos cuentos leídos con calma y con cariño en los brazos de mamá, o de papá. Propongo, pues, que busquemos juguetes sencillos, que inviten a los niños a inventar, a moverse, a probarse a sí mismos, a crear relatos simbólicos, a imitar a los mayores, a compartir con los amigos, a elaborar sus vivencias, a disfrutar y a crecer.