F ue fácil comprender al ex presidente, José María Aznar , cuando nos pidió que lo dejáramos tranquilo. Quizá entendiera que había cumplido con nosotros, después de convencernos tanto de la colaboración de ETA en la masacre del 11-M como de que los autores intelectuales del atentado no se refugiaban en las montañas de Afganistán, sino aquí al lado, algo que tan injustamente al parecer tuvimos por un infundio que le convenía cultivar. Ahora se sabe a ciencia cierta que no es verdad lo que nos dijo, pero a lo mejor nos responde lo mismo que con las armas de destrucción masiva; que es muy fácil saberlo ahora, que él no fue tan listo para saberlo entonces, antes de que todos lo comprobáramos. No importa que ahora se sepa que su ministro de Interior lo supo pronto y debió cumplir con la obligación de informarle; quizá nos conteste que a cualquiera le puede caer un ministro de Interior inepto. Y, si abrumados por la insistencia en la mentira de la cúpula de su partido, le preguntamos por Agustín Díaz de Mera y sus bulos, nos volverá a pedir que lo dejemos tranquilo, como si de la guarrería de aquellas mentiras no viniera el estercolero inmundo de ahora. Pero tal vez al ex presidente no se le deje tranquilo porque la gente no acaba de verlo como el hombre de negocios que es, con sus sociedades familiares bien montadas y su yerno muy activo en el tráfico de influencias. Si se le viera así no se estarían preguntando por sus actividades privadas de ahora en Moscú, y su interés por el gas de los rusos, y comprenderían que no se pueden tirar por la borda unos años en La Moncloa sin incrementar el patrimonio. Además, como los españoles no entienden muy bien que alguien se dedique a dos cosas a la vez con éxito, pues menos acaban de verlo como un ideólogo, un intelectual, dando doctrina por esos mundos, Rusia incluida, presidente él de una fundación de ideas y atendiendo a la vez a sus cuentas corrientes. Y, para colmo, ignorantes de que las ideas y los negocios van juntos, que si no para qué sirven las ideas, pues lo escuchan en Georgetown calificando de calamidad la actual política española con Cuba y no son capaces de recordar con qué tipo de negociantes decentes, como Mas Canosa , se entendía Aznar cuando llevaba a cabo su acertada política contra el régimen de Castro . Hasta es posible que se les ocurra pensar que su defensa de una democracia para Cuba, antes y ahora, debía ser incompatible con los negocios privados. La gente que no entiende que la patria y el bolsillo son una unidad de destino en lo universal no entenderán jamás al ex presidente.