C onozco a Joaquín Calomarde, diputado valenciano por el Partido Popular, desde hace más de veinticinco años, cuando compartíamos profesión y literatura aquí en Alicante. Profesores los dos de Bachillerato y lectores asiduos de un mismo escritor, Juan Gil-Albert, manteníamos con el poeta de Alcoy una relación frecuente, escribíamos libros sobre él e incluso gestionamos a la par algún monográfico que se le dedicó. Recuerdo también que le presenté en el Aula de Cultura un buen libro, «Juan Gil-Albert, imagen de un gesto» que apareció allá por el 88.

Lo perdí casi de vista cuando se volvió Calomarde a Valencia y me distancié absolutamente cuando supe que se dedicaba a la política en el Partido Popular. Nos vimos en serio por última vez cuando murió Juan allá por julio de 1994. Luego en algún congreso, creo que en el de Blasco Ibáñez en 1998, recuerdo un encuentro. En estos olvidos o distancias con personas, mediando la política, no ha entrado nunca por mi parte una actitud llamemos sectaria, sino simplemente la incómoda situación de no saber muy bien de qué hablar: podríamos seguir hablando de literatura, pero siempre habría una reserva concreta por la misma figura de Gil-Albert. En sus últimos años, cuando el escritor ya no podía pensar, siempre me planteé cuál habría sido su interpretación de algunos tránsitos políticos que se vivieron por parte de gente que había estado vinculada a su entorno. Creo que Juan mantuvo siempre la lucidez democrática de quien había tenido que exiliarse tras su defensa radical de la República, había transcurrido años en silencio cuando regresó, y recuperó esperanzas indudables en 1975, cuando murió el dictador, y en 1982, cuando ganó las elecciones por primera vez el Partido Socialista.

No dudé nunca del rigor democrático de algunos conocidos que aparecieron un día por el Partido Popular. Supe siempre que en ese partido había una conjunción indiferenciada de personas en las que había demócratas, pero se nutría también de otros, entre ellos una parte de sus dirigentes, que representaban una trayectoria de negación de la democracia.

R esulta que hace unos días, Joaquín Calomarde, desde un medio periodístico de difusión nacional, «El País», llamaba a su partido a que volviese a ocupar un centro que España necesita, y para que abandonase las actitudes maximalistas que se habían concretado esos días en el boicot a la cadena periodística Prisa, anunciado por su líder Mariano Rajoy, boicot que Calomarde rompía con su artículo.

Como los acontecimientos se concatenan, el mismo día de aquel artículo Calomarde recibía una carta con su cese como portavoz adjunto de la Comisión de educación del Congreso de los Diputados, alegando el que lo cesaba que lo hacía por su delicado estado de salud, situación que le había impedido comparecer con la frecuencia necesaria en el Congreso desde 2005. Si el artículo de Calomarde mencionado y su cese están vinculados, no es tanto un problema de afirmaciones y desmentidos, sino de las razones que el diputado Calomarde estableció en su texto en el que llamaba a centrarse y a superar la crispación que se ha generado. Las razones parecían evidentes: «España, nos dice, precisa un centro-derecha moderno; un Partido Popular centrado, moderado, libre de complejos del pasado», tras abogar por el fin de una crispación de la que serían responsables para él tanto el Gobierno como la oposición, insistía en que: «El Partido Popular tienen que estar en esa posición política concreta: el centro reformista. Moderado y liberal. Ahí debe librar su batalla electoral y no en el extremo de ningún sitio. Y ahí le debe esperar el Partido Socialista, que no es un enemigo a batir, sino un adversario, un igualÉ».

Espero recuperar el diálogo con Joaquín Calomarde, pues coincido en que lo más importante sería que superásemos el clima de crispación que algunos han creado como arma política. No coincido en su diagnóstico de responsabilidad compartida, pues es la oposición la que tensa cada vez más a la sociedad, pero, si estamos de acuerdo en lo de superar la crispación, avanzaremos sin sombras y volveremos a hablar de todo, incluso de literatura.

José Carlos Rovira es catedrático de Literatura Hispanoamericana de la UA.