Hace unos años, bastantes, asistí como observador a la exposición de una prueba práctica de unas oposiciones a inspector de educación. Emplazamiento: una antigua capilla de un centro educativo. Tribunal: lo más parecido a uno de la Inquisición, ocupando el lugar de lo que en su día sería un altar preconciliar (ha de quedar patente, desde el primer momento, quién detenta el poder y es, por tanto, poseedor de la verdad). Habían transcurrido unos días después de la realización del ejercicio escrito. El presidente del tribunal se dirige al aspirante de turno con estas palabras: "Puede abrir los sobres, ordenando su contenido, y proceder a la lectura en valenciano o castellano, limitándose a leer lo escrito, sin ningún tipo de comentario. Es una recomendación de este tribunal". (Todos hicieron la exposición en castellano, la misma lengua con la que el tribunal se dirigió a los aspirantes).

Sea cual fuere la cuestión planteada, por ejemplo, la siguiente: "Justifíquense si son correctas las cantidades siguientes cobradas por facturación de comedor ante la reclamación presentada por los padres", el aspirante a inspector debe de ir pergeñado de una batería de recursos lingüísticos del tipo: "Siendo que la resolución talÉ establece queÉ, por tanto, no parece que la medida se ajuste a la legislación vigenteÉ", "De conformidad con lo establecido enÉ ha de tenerse en cuenta queÉ". "Según la cláusula 12ª del tercer convenio colectivo de empresas de enseñanzaÉ", "El concierto económico singular en su apartado tercero establece queÉ", "En las cuestiones de litigio que se deriven deÉ se atenderá a lo dispuesto enÉ", "Cabe diferenciar desde un principio entre actividad complementaria y actividad extraescolarÉ", "El cobrar esta cuota es de dudosa legalidadÉ". Uno debe citar sin pudor y ampararse en la Constitución Española, el Código Civil, el Código Penal, la Ley Educativa de 1970, la LOGSE, la LOCE, la LOE, etcétera, con tal de justificar lo mejor posible su argumentación. La estrategia consiste en encandilar al tribunal con el mayor número de recursos retóricos. Incluso para salirse del guión previo y tácitamente establecido el aspirante debe articular cuidadosamente expresiones del tipo "¿Me permiten un inciso?", a lo que el presidente le contestará tajantemente: "Limítese a leer lo escrito".

Para tomar parte en unas oposiciones de estas características el listón se coloca a una determinada altura. Si uno no es doctor, licenciado, ingeniero o arquitecto, ya puede olvidarse, aunque haya sido director desde la época de Franco. Los demás requisitos no son descabellados y requieren, como todo en esta vida, tiempo de preparación y paciencia. También se puede acceder a este cuerpo de forma interina y temporal, pero despídete si no te encuentras en el listado de afines a la ideología gobernante.

Las presentaciones duran una media de quince minutos. Mientras los miembros del tribunal fuman como descosidos (un tipo de incienso prohibido por ley mucho antes de esa fecha), los sucesivos aspirantes a inspector toman asiento y abren sus sobres lacrados. En el ritual nadie ha previsto el cambio de vasos, así que todos beben en el mismo cuando se les seca la boca o quieren aclarar la voz. Superar una oposición de este tipo, como decía, requiere una preparación (también existen academias para este menester), pero no son unas pruebas insuperables, a menos que tengan lugar determinadas maniobras oscuras. Pero esto es casi imposible de detectar. Existen, no obstante, periodistas en la Comunidad Valenciana capaces de averiguar listas de aspirantes a inspector con parentescos y analogías políticas a las de los gobernantes. A veces, incluso se comete contra natura la torpeza de nombrar digitalmente al tribunal.

Aunque se trata de un acto público, al tribunal no le gusta que nadie haga acto de presencia sin ser requerido, ni mucho menos se coloque en primera fila a tomar nota de lo que sucede (¡ya ni se tienen detalles con quienes padecen de insuficiencia acústica, como es mi caso!) perturbando con esto la paz del lugar. A las 12.10 de aquel día el presidente del tribunal (¡ya me extrañaba a mí que no lo hubiera hecho antes!) abandona el estrado, baja unos peldaños y se dirige hacia mí educadamente: "Perdone, ¿le importaría identificarse?". "Soy un ciudadano que paga sus impuestos", contesto yo con la misma amabilidad, con lo que se vuelve a su tribuna con el rabo entre piernas.

A lo largo de la vida uno debe asistir a actos en los que pueda aprender alguna cosa y prepararse concienzudamente para los retos que le pueda deparar el futuro, estudiar estrategias que conduzcan al éxito, etcétera. Yo, he de reconocerlo, salí altamente satisfecho de la prueba a la que me había sometido: había aprendido de todos los aspirantes. No me equivoqué en las notas que había tomado de cada uno de ellos durante las exposiciones; de hecho, superaron la prueba todos los que había calificado como "Bien" o "Muy bien" y no obtuvieron plaza aquellos que yo había considerado "Flojo", "Corto", "Ni idea", "Sin conclusión". De mayor, si sigo así, seguramente me gustaría ser inspector de educación.

Pero yo sé que ser inspector de educación no es una bicoca. Y no lo digo porque por las tardes puedas tener otra dedicación, como ser profesor de Universidad, alcalde o concejal, por ejemplo. Lo digo porque sólo con ver la hoja de ruta que la inspección tiene para este curso me entra depresión, una enfermedad muy común entre los docentes. Yo no podría dormir pensando en cuáles son las actuaciones prioritarias, y si éstas son más importantes que las actuaciones específicas homologadas. Y seguramente me haría un lío esforzándome en diferenciar entre las actuaciones habituales y las incidentales. Y sin tener esto interiorizado, cómo iba a ser capaz de entrar boyante en la actuación del plan territorial y a continuación emprender el plan individual zonal. Dejo a un lado las memorias preceptivas, mi formación y actualización inspectora, mi asistencia a jornadas ineludibles, el aprendizaje de inglés básico para inspectores de educación (pronto chino mandarín). Sueño con ITACA, el PCPI, el PLAVIE y el PREVI. Me desvelan la atención a la diversidad, la implantación de los nuevos Ciclos de Formación Profesional Específica, las pruebas diagnósticas, las pruebas homologadas, el CAES, la implantación de las TIC, la FCT en España, la FCT en Europa, la introducción del chino y la cultura china, los desdobles de este curso, los exámenes extraordinarios que no sé si serán en junio o en septiembre, la supervisión de ratios, visitar CEFIREs, supervisar la detección de buenas prácticas docentes, evaluar a futuros catedráticos, vigilar rutas del transporte escolar, analizar los centros extranjeros autorizados y los comedores escolares públicos, informar los horarios de profesores y horarios de religión (católica, se supone), controlar partes mensuales de asistencia y puntualidad de los profesores, nombrar a tutores de funcionarios en prácticas, supervisar el absentismo escolar, realizar el seguimiento de los proyectos de formación en centros, el PIP, el PEV, el PBE y el programa trilingüe y plurilingüe, fiscalizar las programaciones didácticas por competencias, las aulas prefabricadas, seleccionar a nuevos directores de centros, el PAE, el PASE, el PAR, la educación compensatoria, la escolarización de los alumnos con NEE, las comisiones de servicio, atender las reclamaciones de calificaciones consideradas incorrectas, supervisar el número de aspirantes de las EOI que se han quedado sin plaza, los programas de atención extraordinaria y refuerzo del alumnado, el programa experimental de ampliación de horario, evaluar las ventajas del uniforme escolar en el ámbito educativo, etcétera.

Alguien debe ser sensato y comprender que esto no lo pueden hacer personas normales. Se necesita un grupo de elegidos que formen parte de un nuevo cuerpo de superhombres nietzscheanos nacidos no tras la muerte de Dios, sino de la Conselleria.