Esta frase la llevo escuchando desde hace una semana con una intensidad creciente, quizá en la misma proporción que la presión sobre la deuda soberana española. Además, se une la manida de "España es demasiado grande para caer", o, peor aún, "España es demasiado grande para ser rescatada". El ambiente tan desalentador que dibujan algunos expertos está creando un clima de derrotismo: que pase lo que tenga que pasar, y pronto, parece que es lo que quieren que digamos. El problema es determinar qué está en juego, y no sólo a corto plazo, y quién sufre las consecuencias.

Parece que algunos olvidan el significado de Estado del Bienestar. Para algunos economistas sin escrúpulos es tan sólo una carga económica y, por tanto, cuanto antes desaparezca aquél mejor para la economía del país, salvo que el dinero público se destine a salvar a los bancos o inversores. La presión que está sufriendo España por parte de los inversores y especuladores ante una posible insolvencia requiere que el Gobierno adopte medidas de ajuste para afrontar los pagos a nuestros acreedores, hasta ahí todo bien, sin embargo, cuando la presión excede hasta el extremo de escuchar la citada frase en el título de este artículo es cuando hay que ponerse en posición defensiva. Y digo bien, defensiva por cuanto que el ataque pretende alterar los pilares de nuestra economía basada en la cohesión social. Como decía, no debemos olvidar qué es el Estado del Bienestar. Algunos pretenden vincularlo con la izquierda política para que los incondicionales de adverso lo satanicen. Pero el Estado del Bienestar no es una obra del socialismo. Cierto es que podemos fijar un hito de partida en la defensa de los derechos de los trabajadores allá por el siglo XIX, es más, podemos remontarnos al Humanismo cristiano para encontrarlo en el fundamento filosófico del antropocentrismo. Pero el Estado del Bienestar moderno tiene su origen en un encuentro entre posturas conservadoras cristianas y socialdemócratas de mediados del siglo XX, dicho de forma reduccionista, con la idea de establecer la cohesión social, es decir, que el bienestar de los ciudadanos, en concreto, empresarios y trabajadores, capital y trabajo, confluyan en un contexto que permita tanto la obtención de beneficios como la protección de los trabajadores. El capital fue consciente de que la lucha constante contra la clase trabajadora no permitía el rendimiento empresarial, pues una sociedad lastrada por los conflictos sociales o las discriminaciones no facilitaba el marco necesario para producir. Por tanto, el bienestar de la sociedad no es una utopía de izquierdas que empece el dividendo, sino que es el punto de partida, todavía vigente, de un país para poder progresar. En definitiva, a partir de la paz social se puede construir un futuro.

Aunque los mercados azoten con dureza no podemos perder la perspectiva de la cohesión social. Debemos adoptar las medidas necesarias, ya no sólo por los mercados, sino por nosotros mismos. Es un momento para ser responsables y ambiciosos con el fin de reformar lo que no funcione, pero conscientes de que la sociedad es la que empuja hacia delante, por tanto, no se puede dejar a nadie fuera.

Hay que reforzar el Estado como medio para conseguir el fortalecimiento del equilibrio social.