Una de las consecuencias más relevantes de las elecciones legislativas del pasado martes es la consolidación del Tea Party como grupo de poder en EE UU. Una treintena de representantes más o menos afines, casi media docena de senadores y otros tantos gobernadores han convertido en corriente republicana organizada a este movimiento popular ultraconservador. Y no en cualquier corriente, sino en la que está dispuesta a marcar el camino al resto de la formación y, de hecho, ya ha radicalizado su lenguaje y actitudes.

De moral regeneracionista, los millones de militantes y simpatizantes del Tea Party claman que les devuelvan su país, tienen la vista puesta en los pioneros blancos angloparlantes y destilan rasgos antisistema. Su nombre es un homenaje a los rebeldes dieciochescos que, con motines como el del Té, ("The Boston Tea Party", 1773), pusieron en marcha la guerra de Independencia frente a Inglaterra. Su bestia negra es Obama, en el que quintaesencian su fobia hacia el Gobierno federal, los impuestos y el intervencionismo. Su cabeza visible y madrina es Sarah Palin, fugaz gobernadora de Alaska y derrotada candidata a la Vicepresidencia en 2008, que proclama su ambición de combatir en las presidenciales de 2012.

Sarah Palin es la reina de las llamadas "mamás oso". Una figura alegórica que hibrida la fuerza de la naturaleza, el coraje individualista y la voluntad de proteger a la sociedad estadounidense frente a aquellos que -enúnciese con cólera patriótica- se han confabulado, como Obama y sus aliados intelectuales y progres, para destruir el país mediante políticas "socialistas". Palin es un personaje de una simpleza intelectual desarmante que, sin embargo, ha hecho gala en los últimos dos años de un notable instinto político. Alejada a menudo de los focos, ha usado las redes sociales para lanzar sus mensajes y ha amadrinado en las pasadas elecciones a otras mamás oso.

Las nuevas gobernadoras de Carolina del Sur, Nuevo México -donde el derrotado ha sido Bill Richardson- y Oklahoma tienen el toque Palin, como lo tienen, en mayor o menor grado, los nuevos senadores por Florida (Marco Rubio) y Kentucky (Rand Paul). Sin embargo, otros protegidos han caído en la batalla. Le ha ocurrido a Joe Miller, su niño bonito, que no alcanzó el escaño de senador por la emblemática Alaska, y les ha ocurrido a las mamás oso que se quedaron en el camino en Nevada o California. La derrota más estrepitosa recayó en la peculiar Christine O'Donnell, experta en brujería que califica de adulterio la masturbación.

Este fenómeno ya había sido previsto y temido por el gran artífice en la sombra del éxito del Tea Party, Karl Rove, quien dictaminó en septiembre que nominar a O'Donell era perder Delaware. Más allá de las proclamas iracundas de las bases, más allá incluso de las calculadasintervenciones de Palin, ha sido el inagotable trabajo de Rove el motor de la transformación en corriente parlamentaria del movimiento que se declaró desde el principio ajeno a los partidos. El mago Rove, un auténtico príncipe de las tinieblas, fue el hombre que, primero, dio apariencia de político al tarambana que era George Bush hijo y, luego, le asesoró durante sus años de gobernador de Texas y de presidente de EE UU.

Al día siguiente de la victoria de Obama, Rove comenzó a trabajar en la sombra, montó una fundación sin ánimo de lucro y empezó a inyectar dinero en la masa informe del Tea Party. De ese modo, además de evitar el peligro de una división de la derecha, logró trasfundir sangre nueva a las exangües filas de los neocons. A ningún observador se le oculta que Rove y Cheney están utilizando al Tea Party para reflotar a los neocons. Sin duda, Sarah Palin tampoco lo ignora, aunque confía en ser ella quien se aproveche de la fuerza y la experiencia de estos elefantes históricos. Los planes de Palin pasan por imponerse a otros curtidos barones republicanos que intentarán disputarle la candidatura presidencial en las primarias y a los que las encuestas dan actualmente más posibilidades contra Obama.