Juan José Quirós pasa por Elche, mostrando su obra en la sala de la CAM, y nos dedica una selección de esculturas argumentadas en La Festa. Son barros que nos motivan por ser actitud de un artista, que tiene sensibilidad para resaltar las virtudes de nuestro drama asuncionista.

Solo comentaré la plenitud formal con que diseca, por ejemplo el Ternari. Tres apóstoles, cuya afectiva potencia de su encuentro, lleva al escultor a unirlos en bloque, en común definición. Y a golpes de espátula crea en ellos, cierta hesitación provocativa, que no es para el observador meramente contemplativa sino más bien imperativa. Porque parece que esos dinámicos gestos frenéticos, impulsivos, dados con la espátula, descubren la auténtica intención de estar quemándose los personajes en una llama ardiente, la cual les impulsa a llegar pronto a la casa de la Virgen María que va a morir.

Mas aparte del descubrimiento de tales valores sensitivos que Juan José Quirós demuestra, tratando figuras del Misteri, creo que debo concretarme en el fenómeno vital y artístico de sus esfuerzos en bronce. ¿De dónde sale ese genesíaco esplendor de sus bustos y obras definitivas? Creo que no le viene de Salcillo, ni del mundo barroco, sino de Rodin y de la inquietante locura de su olvidada discípula Claudel.

No olvidemos que Augusto Rodin cambió el mundo escultórico. Empezó por fijarse más que en los volúmenes, en la piel de los personajes. Quiso lograr esa excitación que parece provocar la luz cuando encuentra superficies tratadas bajo esos toques que permite el barro. Y su busto de Balzac, con ser un volumen integral, resigue en su piel una superficie torturada que va enlazando luces y sombras, abriendo así una aurora genial para la escultura. Mas hubo un seguidor en España, Mariano Benlliure que arremolina alegría mediterránea; es decir, aquello que falta en la fascinante pero seria escultura de Rodin. Pues bien, Quirós participa de la rigurosa técnica de trabajo que se da en Rodin y a la vez, de la claridad y deslumbrantes imágenes de Benlliure. Es decir, nos presenta bufones, rostros del carnaval veneciano, bellas criaturas con flores y frutos del mar nuestro. Y lo hace con un ritmo sutil, como un relámpago claro que se esconde como música metida en el bronce.

Seamos agradecidos. Hay en esta exposición que Juan José Quirós ha traído a Elche, mucho amor. Y cuantos glorificamos como él, La Festa, debemos acompañarle en su abierta pasión. ¡Tiene fuego su voz!