Se ha extendido la idea de que la corrupción no va a pasar factura en las próximas elecciones municipales y autonómicas. Yo no lo creo. En el PP de la Comunidad Valenciana lo dicen y lo repiten cual mantra al que agarrarse dadas las vías de agua que tienen abiertas con los casos Fabra, Gürtel y Brugal, que recorren de norte a sur estas tierras. Pero en el fondo saben que esta lluvia fina que viene mojándolos desde hace unos meses terminará calándoles hasta los huesos, cuando no se temen que el chirimiri se transforme en tormenta huracanada a poco que pasen las próximas Navidades y empiece a oler a urnas porque sospechan, como sospechamos la mayoría, que lo más jugoso de los diversos asuntos que se están tramitando en estos momentos en los juzgados está por salir. Es cierto que las encuestas que se han hecho hasta ahora dicen que los ciudadanos están más por castigar a Zapatero que por pasarle la factura a Rajoy o Camps. Y hasta puede considerarse normal esa actitud a estas alturas de la crisis, porque lo primero siempre es lo primero y cuando está en juego el plato de lentejas no hay mucho espacio para otras consideraciones por muy escandalosas que nos puedan resultar. Pero sacar las cuentas de lo que se va a producir de aquí a unos meses en la cita electoral con los números de ahora mismo es llamarse a engaño porque todavía hay mucha tela -nunca mejor dicho- que cortar y demasiadas variables por determinar para que no resulte ramplón hacer la traslación de lo que ahora dicen los sondeos a lo que sucederá el cuarto domingo del mes de mayo del próximo año. Puede que todavía nos quede crisis para rato, pero también puede que el olor que desprenden algunos asuntos empiece a resultar insoportable para los ciudadanos. Para algunos ya lo es y la historia, pese a lo que muchos creen, no está todavía escrita.