Andamos últimamente en casa enganchados a Mad Men, esa serie sobre publicistas ambientada en 1960 en la que la máxima aspiración de las chicas es encontrar marido y en la que una mujer sólo entra en el círculo laboral de los hombres si es la hija rica del cliente de turno. Mi cría, que va a hacer 18, no da crédito a las actitudes machistas de los personajes, y está convencida de que la realidad actual no tiene nada que ver con ese mundo de secretarias voluptuosas y ejecutivos misóginos. Tiene razón. A tu jefe no se le ocurriría hoy en día darte al pasar una palmadita en el culo si no quier acabar ante un juez, entramos a los bares sin que nos tomen por prostitutas y los partidos políticos y los gobiernos mantienen la paridad. Somos más en las universidades; hay mineras, camioneras e ingenieras de montes; no hay limitaciones al ascenso laboral femenino... ¡Qué alegría! Entonces, ¿cómo se explica que los puestos directivos sigan copados por hombres? El otro día en un periódico dominical publicaban las fotos de los equipos dirigentes de las principales empresas y entidades financieras españolas. En el mejor de los casos, en un grupo de diez se cuelan una o dos mujeres, mientras que, en el peor, todos son hombres. Pero no hay que irse tan lejos. Miren la mancheta de este mismo periódico y verán que los hombres ganan por goleada. ¿Son machistas? ¿Nos ningunean? No sé en otros lugares, pero en mi empresa nunca he detectado actitudes machistas ni discriminación por ser mujer. Entonces, ¿qué pasa? ¿Hay más jefes hombres porque hay más empleados hombres? No; somos más o menos los mismos. ¿Ellos son más listos? Para nada. Habrá que concluir que, si no hay discriminación, somos la mitad y tenemos la misma capacidad, algo debemos estar haciendo mal nosotras para no estar en la foto. Es como si en una carrera entrenáramos, saliéramos embaladas, incluso les dobláramos en algunas vueltas; todo para pararnos a la mitad. Nos gusta decir que no nos interesa, que no somos competitivas, que hay que conciliar la vida laboral y la familiar, que nos preocupan otras cosas, que con los niños es imposible, que no tenemos tanta ambición... Vale, vale. Esto debe ser, e igual no es malo. Pero asusta comprobar que es más o menos lo mismito que dicen las secretarias de Mad Men cuando se casan y dejan la oficina.

Mi cría asegura que a ella no le va a pasar jamás. Que quiere tener un buen trabajo bien pagado y considerado y que va a luchar para lograrlo. Lo de conciliarlo con la familia y los niños, a su edad, no se lo plantea. Eso es lo que pasa. Que a los 18 no nos lo planteamos ninguna pero diez o quince años después, para bien o para mal, nos apartamos a mirar cómo corren ellos.