Un colega comenzaba hace poco su lista de elementos sombríos en la realidad actual con estos cuatro puntos: Primero, "la crisis económica continúa". Parece que sí y que va para rato. Tal vez las Bolsas mejoren y hasta es posible que el PIB crezca pronto, pero parece que se mantiene el desempleo, precariedad, salarios bajos y servicios deficientes. Segundo, "la gente culpa de la crisis al gobierno y a la izquierda en general". Volveré a este punto de inmediato. Tercero, "los grupos racistas crecen, y lo hacen en lugares de la realidad próximos al PP, que no hace nada por contener a los grupos mediáticos que lo apoyan, cada día más fascistizados". Me referí a las versiones españolas del Tea Party la semana pasada. Y, cuarto, "la corrupción no puntúa en la ética cívico-electoral". Muchos corruptos, siguiendo la tradición, afirmarán que su victoria electoral significa una declaración de inocencia por parte de la ciudadanía o, por lo menos, un perdón explícito.

Quiero decir que estoy de acuerdo por lo menos con estos bloques del blog de mi amigo. Pero me gustaría evitar el peligro que nos vuelve a acechar en estos análisis. Son tentaciones en las que yo también he caído en otras ocasiones (por ejemplo, cuando traté del "desencanto", poco antes del 23-F) y consisten en pensar que lo que sucede aquí, no sucede en otras partes, cuando el problema es, precisamente, que estén sucediendo, de manera simultánea, en muchas partes del Globo.

Vámonos al otro lado del Atlántico para verlo. Se trata de una monumental encuesta llevada a cabo en toda América (es decir, desde Alaska a Tierra de Fuego, sin pasar por Cuba), aunque, eso sí, con el sospechoso marchamo de haber sido co-financiada por USAID, los malos de la película para alguna izquierda latinoamericana que ve conspiraciones omnipresentes. Pero la verdad es la verdad, la diga Agamenón o su porquero. Que el que hable sea de derechas o de izquierdas no es un argumento determinante para saber si lo que dice es verdad o no, al margen de que tales distinciones ideológicas carecen de significado alguno en sistemas políticos que abarcan más de un tercio de la Humanidad. Pero esa es otra historia.

Vamos a la encuesta y a lo más sencillo. Allí, la percepción de la corrupción y haber sido víctima de la misma es un factor que claramente deslegitima la democracia. Se podrá seguir votando, pero pensando que si uno estuviera en el lugar del corrupto, también se corrompería. Es, si se prefiere, la putrefacción del sistema político, como posiblemente nos encontremos en España también. Y en el resto del Continente y en otros continentes de los que no tengo datos (África, Asia). Pero eso no quita para que se manifiesten niveles relativamente altos de satisfacción con la democracia, sobre todo entre los que saben que los sistemas no-democráticos suelen ser todavía más corruptos.

Vamos a las causas de la crisis. La opinión más frecuente en el continente americano está dividida entre los que creen que la causa reside en el gobierno anterior y los que piensan que la causa está en el gobierno actual. Aproximadamente, un 20 por ciento para cada opción. Detrás viene, con un 13 por ciento cada uno, la respuesta que la achaca al sistema económico del país o a "nosotros, los ciudadanos del país", que no deja de ser una respuesta curiosa. De inmediato, con un 7 por ciento en cada caso, los que creen que se debe a los países ricos y los que opinan que se debe a los ricos del propio país. Finalmente, con un 4 por ciento, los que dicen que la crisis se debe a los problemas de la democracia.

Es fácil darse cuenta de que lo común es echarle la culpa al gobierno anterior (el caso de Grecia) o al gobierno en curso (el caso español). Sin duda que la mala gestión de una tempestad puede hundir un barco, como un gobierno poco hábil puede hundir un país. Pero la tempestad no ha sido causada por un gobierno aislado. Y sí, aunque el informe que tengo no desglosa por países en este caso, los encuestados norteamericanos también se dividen entre los que le echan la culpa de la crisis al actual gobierno y los que se la echan al anterior. A los capitanes, no a la tormenta que siguen sin explicar: si es mundial, la causa no es local. La opción de cambiar de capitán puede "dar confianza", pero deja intacta la tormenta.