Me acerco a ver "Carancho", la última peli protagonizada por Darín que ha llegado a las pantallas. Al cabo de los años, el actor argentino se ha convertido ya en alguien cercano. Tanto que, en un plano general, me dio la impresión de que se trataba de Juan Antonio Gisbert, no sé si por esa proximidad o porque el fantasma de las fusiones nos acompañará una buena temporada. El caso es que Darín no es el habitual. Cuesta reconocerlo de tantas veces como le rompen la cara. Los que no quieran saber de qué va la historia pueden despegar los ojos en este instante. "Carancho" se adentra en las mafias que actúan alrededor de los accidentes de tráfico en Argentina donde mueren más de ocho mil personas al año y unas cientos veinte mil resultan heridas. Sosa -lo que va quedando de Darín- es un abogado que ha perdido la licencia y trabaja para una fundación de ayuda a las víctimas que, en realidad, no es más que la tapadera de unos tipos que provocan accidentes para que los beneficiarios de las pólizas puedan estafar a las aseguradoras siempre que éstas no lo hayan hecho antes. El caso es que no sabes si, llegado el trance, es mejor sobrevivir o quedarte en el sitio. Sólo con que la atmósfera en que se de-senvuelve la cinta recree en un cincuenta por ciento la realidad, prefiero que me den el alto en todos los controles de la Benemérita hasta que me muera antes de que me roce siquiera una furgoneta en Buenos Aires. Sentadito en la sala, sin necesidad de pegar un frenazo, ya sales alterado y, aunque no quieras, has de coger el coche. Con confesarles que preferí concentrarme en los entresijos de la reforma laboral, se lo digo a ustedes todo. Al llegar a casa estaba Felipe siendo entrevistado en "ceeneene" por Iñaki y, lo primero que le oigo decir sobre la crisis de liderazgo, de gobernanza y de no sé cuantas vertientes más es que, por si faltaba algo, California -la octava economía mundial nada menos- está en quiebra. Como no iba a volverme a ver a Darín, no me atreví a poner ni Clan Tv. Es que cualquiera sabe.