Hacer política supone, casi siempre, optar. Decantarse entre dos o más opciones, muchas veces incompatibles. Hacer política no es, no debiera ser, un acto caprichoso que se toma o se cuelga en la percha a tenor de las previsibles consecuencias del mismo en la opinión pública. Supone, o eso creía uno, tomar partido y defender el posicionamiento en el que se cree más allá del alcance de las posibles críticas, por duras que éstas pudieran ser. Se hace porque se cree en ello y más allá de la previsible descalificación de la actuación desde una parte de la ciudadanía. Zapatero, pese a que casi nadie le entienda, está ahora haciendo política con mayúsculas cuando hace lo que hace en materia de economía; y no lo hizo cuando se guareció debajo del paraguas de unos números engañosos que hablaban de que la crisis aún no había llegado y que sería apenas un chaparrón. Como la ha hecho con la postura suicida de apoyar a uno de los dos candidatos a la Comunidad de Madrid. Otra cosa son las consecuencias, para él, en principio, desastrosas de su actuación. Pero, cuanto menos, hay que reconocerle el valor de apostar. La número tres del PSOE, la benidormense y secretaria de organización del partido, Leire Pajín, tenía justo ahora la oportunidad de hacer política con mayúsculas defendiendo con razones y convicción cuál debía ser a su leal saber y entender la solución para la envenenada candidatura a la alcaldía de Benidorm. Desgraciadamente, mal aconsejada, ha adoptado la posición más cómoda y, posiblemente, más cobarde. Quitarse de enmedio en la resolución del problema que ella, de alguna manera, ayudó a crear. Ante los muchos que dudan de su capacidad para ejercer el cargo que ocupa, nada más y nada menos que el tercero en el escalafón de mando del socialismo español, tenía una oportunidad de oro para demostrar que sabe y que puede hacerlo. Lástima que, ante la presumible avalancha de críticas que le iban a caer encima, haya decidido ocultarse, borrarse del camino que deberá llevar (o no) a Agustín Navarro a la alcaldía. Es, posiblemente, el gesto de Leire. La imagen que mejor refleja este despropósito.