José Joaquín Ripoll prometió, cuando a principios de julio pasado la Policía le detuvo y el juez le tomó declaración acusado de varios delitos graves, entre otros el de cohecho y negociación prohibida, aclarar todo lo ocurrido en cuanto el secreto del sumario se levantara y supiera en qué se basaba el instructor del llamado "caso Brugal" para imputarle. Era razonable el planteamiento y por eso en general la opinión pública se lo aceptó, aunque condicionado. El pasado viernes, tres días después de que, tras liberarlo el juez, se conociera el amplísimo informe policial en el que se sustentan las acusaciones, el presidente de la Diputación Provincial de Alicante compareció pero no cumplió su promesa. No dio explicación alguna razonable sobre su comportamiento. Así que, en el terreno de lo judicial puede que su causa acabe archivándose: la instrucción adolece de múltiples errores que pueden llevar a anular todas las actuaciones y, en definitiva, al cabo de tres años de escuchas y seguimientos la Policía no ha sido capaz de determinar si Ripoll obtuvo algo (dos pisos, o un millón, o dinero para una televisión) a cambio de entregarle un negocio multimillonario en euros -la planta de residuos de la Vega Baja- a dos empresarios tan marcados como Enrique Ortiz y Ángel Fenoll, o no se llevó nada, tal como él sostiene. Pero la justicia y la política son dos cosas distintas, por mucho que políticos, jueces y fiscales se empeñen en entremezclarlas. Y en términos políticos, el informe policial deja a Ripoll pocas salidas que no sean la de la dimisión.

¿Por qué digo que no dio explicaciones aceptables sobre su comportamiento? Porque en ningún momento aclaró ni el origen ni el porqué de su relación ni con Ortiz ni con Fenoll, pero lo que sí sabemos por las conversaciones grabadas es que ésta era tan estrecha como para compartir cenas en casas de amigos, comer en repetidas ocasiones y viajar en el yate de lujo de uno; y para convertir al otro en el financiador de televisiones en Alicante y Orihuela en poder del PP. Porque discutió con ambos, a través de intermediarios de confianza, la orientación que en cada momento debía darse al concurso de adjudicación de la planta de basuras para que ellos fueran los beneficiarios del negocio. Porque su participación, frente a la de los técnicos de la Generalitat, que se oponían, fue para los empresarios tan decisiva (o al menos así lo interpretaron ellos), que Ortiz le trasladó el mensaje de lo mucho que le quería y Fenoll el de que serían amigos hasta la muerte, frases similares a las que El Bigotes y Camps se prodigaban en las escuchas del "caso Gürtel". Y porque (corto aquí, por no hacerlo largo, pero podría llenar la página de contradicciones y renuncios no aclarados por el líder del PP) Ripoll era consciente desde el primer momento de que lo que hacía no estaba bien y por eso insistía en que nadie debía saber que frecuentaba el barco de Ortiz o les avisaba para que se quedasen dentro de un restaurante del que él había salido antes porque se había encontrado con periodistas que casualmente estaban por allí y no quería que les hicieran la foto juntos.

Ripoll ha dicho más de una vez que Ortiz era un empresario "peligroso", al que había que evitar. Eso lo han oído todos los suyos. Y de Fenoll ha sostenido lo mismo o ha utilizado, incluso, artillería más gruesa. El pasmo para todos ha sido descubrir que mientras afirmaba eso se dejaba querer por ellos. La misma sorpresa se ha llevado ahora el público en general -este periodista incluido- como la que se llevó, relamiéndose, el ex alcalde de Alicante, Luis Díaz Alperi, habitual también del yate de Ortiz, aunque como a Alperi le daba igual cuatro que ochenta, él lo hacía con luces y taquígrafos. Pero, ahora que nombro al hoy diputado autonómico, son curiosos los paralelismos. Porque cuando Alperi tuvo que declarar en el juzgado por su relación con Ortiz (recuerden el "caso de los aparcamientos", archivado en 24 horas en cuanto cayó en manos del Tribunal Superior), lo primero que dijo es que él no era amigo del constructor, aunque utilizaba su yate con el propio Ortiz de anfitrión o incluso sin él. Y ahora que le ha tocado a Ripoll, éste ha hecho lo mismo: negar que mantuviera ninguna amistad con el también dueño del Hércules, aunque al igual que Alperi ha usado sus embarcaciones con él y sin él. Puede que ninguno mintiera al juez, pero si no eran amigos sólo nos queda acudir, por dura que sea, a la frase más repetida de la historia del cine: la de que no había nada personal, sólo negocios.

Trajes a medida. Pero, no. En todo caso, la imagen que hasta este momento transmite el sumario de la operación Brugal no equipara a Ripoll con Alperi, sino con Camps. Y eso es lo peor que le podía haber pasado, a él que justamente se convirtió en el azote del presidente de la Generalitat cuando se destapó el "caso Gürtel". Ripoll podrá esgrimir que él en mes y pico ha dado la cara varias veces y admitido las preguntas de los periodistas, mientras que Camps anda diariamente escondiéndose, huyendo incluso por puertas de servicio, y no permite que le interpelen. Y es verdad. Pero aquí, importando mucho las formas, lo sustancial es el fondo. Y en el fondo lo único que sabemos es que el presidente de la Diputación se relacionó con malas compañías y que éstas conformaron una trama (mismos intermediarios en todos los casos) que se benefició de esa vinculación, convirtiendo concursos de libre concurrencia en trajes -¿he dicho trajes?- a medida. Y que intentó que esas relaciones no se conocieran, ocultándoselas incluso a quienes políticamente le arropaban. Y que todo ello, con pisos o sin pisos, con millón o sin millón, es suficiente como para no seguir en el cargo. Por ética y por estética. Porque, si no, entonces eres Camps.