Nunca me ha gustado dormir la siesta, desde pequeño siempre aprovechaba esos momentos de paz para dedicarme a la lectura. Recuerdo que en unas vacaciones familiares accedí a la biblioteca de la residencia de tiempo libre en la que nos encontrábamos y abandoné la búsqueda de libros de Los cinco y similares cambiándolos por uno que me llamó la atención y despertó en mí una curiosidad que todavía perdura por los conflictos bélicos que habían tenido lugar en la historia. El libro se llamaba 15 grandes batallas, libro que fue devorado en un par de tardes y que consiguió que dos de las quince batallas se quedaran grabadas y me obligarán a seguir leyendo casi cualquier cosa que las relatara.

La primera de ellas más que una batalla contaba la odisea del general cartaginés Aníbal en su lucha contra Roma. Obviamente el relato hacía especial hincapié en la famosa batalla de Cannas, en la que Aníbal se enfrentó al mayor ejército romano constituido hasta la fecha. Dicho ejército era mandado por dos cónsules romanos, Varrón y Emilio, de una forma muy peculiar, se turnaban diariamente el mando. Como ambos cónsules tenían formas diferentes de afrontar el reto, lo que uno preparaba un día, era desmontado por el otro al día siguiente y así sucesivamente. Teniendo enfrente a uno de los mejores estrategas del mundo, la cosa no podía acabar de otra manera que con la destrucción total del ejército romano y casi con la consagración de Cartago como potencia mundial.

La otra batalla que me impresionó fue una que cambió totalmente la historia de Europa y su relato me hizo sentirme mucho más orgulloso de ser español. Me refiero a la batalla de Lepanto, donde el gran peligro de que Turquía conquistara Europa fue frenado por un ejército fundamentalmente español y dirigido por el español don Juan de Austria.

Sigo sin entender cómo en España la batalla de Lepanto es más conocida por ser donde Miguel de Cervantes perdió la movilidad en una mano que por lo que supuso para la Europa de entonces. Quedan las palabras de don Miguel al respecto de la batalla en la que él mismo participó: "la más memorable y alta ocasión que vieron los pasados siglos, ni esperan ver los venideros".

La actuación de España en Lepanto fue un ejemplo de política internacional decidida y valiente en un momento difícil, pero en los momentos actuales parece que utilizamos un modelo de alternancia como los cónsules romanos en Cannas. Sorprende y ruboriza las exigencias del líder de la oposición, don Mariano Rajoy, acerca de la situación de los soldados españoles en Afganistán. Parece que olvida que en el avispero de Afganistán nos introdujo un gobierno en el que él era vicepresidente. Es posible que en aquel momento de tensión y compromisos internacionales no hubiera más remedio que apoyar a las fuerzas americanas, e incluso la misión final de ayudar a la población frente al régimen talibán fuera loable. Por ello, el asesinato de los guardia civiles españoles en Afganistán creo que no debiera utilizarse de forma electoral tal como pretende el señor Rajoy.

El otro avispero internacional en el que nos encontramos es la relación con Marruecos. El ataque a mujeres policías españolas en la frontera con Marruecos y a los activistas españoles en el Aaiún por parte de policías marroquíes ha vuelto a poner de manifiesto nuestra a veces mala relación con nuestro vecino del sur.

La imagen que como país hemos dado no ha sido la mejor, la respuesta de nuestro Gobierno en vez de ser firme ha hablado de organizar comisarías mixtas e incluso en algunos medios se ha hablado de realizar referéndums de autonomía. Sólo ha faltado encarcelar a nuestras mujeres policía por el hecho de ser mujeres, o de ser policías haciendo su trabajo. El tema se ha agravado con la visita a Melilla del anterior presidente de Gobierno señor Aznar por su cuenta y riesgo, quizá como venganza a la que hizo el señor Zapatero cuando era líder de la oposición en otro momento de tensión con Marruecos.

Considero que en política internacional las acciones de mayor importancia, como las relaciones con nuestros vecinos del sur y cuestiones de gran problemática como las de Afganistán e Irán deberían ser pactadas y no dar en ningún caso la sensación de que en función de si gobierna el cónsul Varrón o el cónsul Emilio la postura puede ser distinta.

Hay otro aspecto que no debemos olvidar, España es un gran país con una gran historia, con un pasado del que podemos sentirnos muy orgullosos, por ello el actuar ante agresiones recibidas casi pidiendo perdón no es el modelo a seguir. Ceuta y Melilla son ciudades españolas desde hace más de 5 siglos y en ningún caso se puede plantear un referéndum local para determinar su anexión a Marruecos. Además, mientras no se creen comisarías mixtas en Marruecos para controlar la inmigración ilegal, nosotros no podemos plantear comisarias mixtas en nuestro país para otros temas.

Podíamos haber elegido no intervenir en Afganistán, pero al haberlo hecho, la retirada no es sensata ahora y mucho menos dando la sensación de victoria por parte de los terroristas internacionales. Quizá en momentos duros hay que olvidar los beneficios electorales y acordarse del coraje y la determinación de don Juan de Austria en Lepanto. O como hacía el personaje de ficción el capitán Alatriste cuando junto con escasas tropas y totalmente rodeados por el ejército francés, recibe una oferta de rendición honrosa por parte del duque de Enghien al mando del mismo. Se limita a contestar "agradecemos la generosa oferta del duque, pero nosotros somos un tercio español".