Confieso mi admiración por esta novísima imagen de Cataluña que están consiguiendo vender sus más ilustres políticos, muchos de ellos llegados de la otrora geografía "charnega" de la inmigración y el hambre. Siempre han sido los conversos quienes mejor atizan el fuego donde quemar a los heterodoxos, a los que se aventuran por la ruta vedada, por los senderos que el poder establecido y el poder invisible del miedo prohíben. Caminos "charnegos" para explicitar la contrición que sienten por sus humildes orígenes; caminos charnegos para la adhesión inquebrantable que muestran a sus nuevos amos por consentir, sin disimulada displicencia, que se acerquen a su mesa de rico Epulón para gozar, con la cabeza agachada, de sus favores, de las migajas que desprende el banquete. Así, tras las fundamentalistas y sagradas pruebas de conversión y pureza a la que les someten -las sufridas por el mitológico Hércules eran un juego de niños-, quizás puedan considerarles uno de los suyos. ¡Qué suerte!, ya no deben preocuparse por su lugar de origen, gracias a esta purificadora reconversión, a ese detergente blanqueador que aplican los doctores de la pureza, su pecado original -porque lo era, no lo duden- ha sido absuelto. Bienvenido y bienvenida (nada que ver con don Antonio, torero ilustre, ya que esto va de toros) al seno -pero no al seny, privilegio exclusivo de los nativos- de las sociedades cultas, al club del tres por ciento.

Confieso mi admiración por esta novísima imagen de Cataluña que acaba de enseñarle al resto de españoles (¿o debería decir del Estado español?) en qué consiste la civilización y la cultura, la sensibilidad y el verdadero arte, el rigor intelectual frente a la atávica tradición. ¡Qué suerte, ya no habrá más toros en Cataluña!... menos los "correbous", una civilizadísima y erudita tradición -de ellos- en la que el toro, porque le gusta y le apetece, porque se siente muy catalán, porque quiere respetar sus señas identitarias, se pone unas bolas de brea encendida en los cuernos (con perdón), se quema graciosamente la cara y los ojos, encordado con gruesas sogas, entre el contento y la armoniosa algarabía de miles de mozos y mozas que no paran de acosarle amigablemente, de hostigarle, de estresarle, de perseguirle, durante horas, mientras el enamorado toro de la luna corre enloquecido con sus antorchas de fuego escupiendo bolas de infierno a su achicharrada testuz y a su macilento cuerpo. Mañana, tras el merecidísimo descanso del complaciente animal, más de lo mismo, que para eso está encantado el toro con la inocente bromita autóctona que inventaron. Bienvenidos a los "correbous", al club del tres por ciento.

Confieso mi admiración por esta novísima imagen de Cataluña que titula de incivilizados, torturadores, retrógrados, insensibles, sádicos y sanguinarios a quienes cometemos el terrible, imperdonable pecado de amar la fiesta de los toros, como la aman en el País Vasco o Navarra. Como la amó Valle-Inclán "Una corrida de toros es algo muy hermoso", Zuloaga, Gerardo Diego, García Lorca "El toreo es la riqueza poética y vital mayor de EspañaÉ creo que los toros son la fiesta más culta que hay hoy en el mundo", Julio Camba, Hemingway, Picasso, Buñuel, Dalí, Ortega y Gasset, Bergamín, Tierno Galván, Vargas Llosa, Pere Gimferrer (que tacha la prohibición como "la más grave agresión cultural desde la transición") o Fernando Savater -entre otros muchos-, zafios, incultos, insensibles y bodoques personajes que disfrutan con la tortura y el dolor, con el sadismo y la muerte. Como dijo Pérez de Ayala "Si yo fuese dictador en España, prohibiría las corridas de toros; como no lo soy, no me pierdo ni una". Por no serlo, don Ramón, por no serlo, otros lo han hecho por usted en Cataluña. Bienvenidos a la verdadera cultura, al club del tres por ciento.

Confieso mi admiración por esta novísima imagen de Cataluña siempre atenta y dispuesta a darnos lecciones gratuitas a los paletos del resto del Estado español (¿mejor así?) sobre modernidad, civismo, desarrollo, transparencia, honestidad, europeísmo, tolerancia, cultura y vanguardia (no confundir con el diario del mismo nombre que, junto con "El Periódico", son los más leídos de Cataluña; naturalmente, se editan enÉ español. ¡Y no los multan, como sí hacen con el dueño de un modesto bar que rotula su negocio en español!). Confieso mi admiración por esta novísima Cataluña inmaculada, impoluta, virginal, del caso Banca Catalana, del caso Casinos, del hundimiento del barrio del Carmel, del caso Pretoria, del expolio del Palau de la Música, de la que no dejó a unos niños ver la final del campeonato del mundo de fútbol y les dijo que había ganado Holanda, de la que no siente respeto por las sentencias del Tribunal Constitucional, de la que no se sonroja cuando hablan de un grave problema del tres por ciento. A mí también me gustaría saber cómo lo hacen porque, una vez conocido el mecanismo sin importarte convivir con él, aprender a prohibir debe ser muy fácil. Bienvenidos al club del tres por ciento.