Otro titular previsible. Bisutería. Vista Las joyas de la corona de Telesputo, de duración interminable y soporífera, sólo cabía un veredicto, inclinar la cabeza ante las cabezas que en esa casa se desviven por complacer a su audiencia, a la que conocen como lo que es, como si la hubieran parido. Así ha sido a lo largo de estos veinte años. Sin descanso, día a día, han ido moldeando el perfil de su clientela hasta que no sólo parezca sino que sea normal un programa como el mentado. Es un zoco de baratijas bien envueltas que en un principio atraen por su brillo hasta que se descoloren, se olvidan, y se arrinconan. Es de imaginar que saben de qué les hablo. Doce jóvenes muy preocupados por su aspecto, que usan la palabra estilismo como un mantra, y la palabra glamur como si enarbolaran un título académico, se han puesto en manos de supuestos expertos en esas majaderías.

Son tarugos, y lo saben, pero estaban encantados con su burricie hasta que el efecto de la esfinge Carmen Lomana entró en sus vidas. Ella es la directora de esa cuadra, la luz, su guía. Que una de las mascadoras de chicle, embrutecida por clavos que atraviesan sus cejas, narices o labios diga que "me encanta ir aconjuntada", otro que decoro es decorar la habitación o uno mismo, y una tercera, estudiante de derecho, no sepa quién es el juez Garzón, y casi nadie reconozca en fotos a Rubalcaba, Cospedal, o Merkel, que coman con la boca abierta y eructen creyendo que eso es naturalidad, es lo que se esperaba de estas perlas zafias, vulgares, rudas, desveladas por su imagen pero groseras de espíritu. Pero el foco hay que ponerlo en los profesores. Vigilen a un tal Nacho Montes. Un tipo con una chaqueta celeste no puede dar lecciones de glamur. O sí. A mí qué me importa.