Para quien guste de la vida social bien entendida, el verano es la época ideal. Y también para desterrar la costumbre del "A ver si nos vemosÉ!", que generalmente queda como un vago e impreciso deseo que casi nunca cumplimos. Yo no quiero ser ejemplo de nada ni para nadie, pero les aseguro que el reunir a amigos alrededor de una mesa en mi terraza, con una ligera brisa que amortigua el bochorno veraniego y con una luna llena o medio llena como techo, es algo que me resulta muy gratificante. Acabo de cumplir el segundo año de mi segunda oportunidad de vida, y decidí celebrarlo; así que ya son siete las veladas nocturnas en lo que va de verano, que suman un total de 46 personas. No me ha supuesto el menor esfuerzo. Porque organizar una cena no tiene por qué ser ni caro ni trabajoso, y si se hace con ilusión produce una gran satisfacción. Estas son mis premisas para esos sencillos eventos, que quizás pueda servirles de orientación. Basta con disponer de un espacio exterior de tamaño suficiente y la intendencia o infraestructura mínimas para ocho personas; y estudiar un menú fácil y aparente que nos sirva para repetirlo con diferentes comensales: a mi me ha ido bien este año con tres platos que se deben preparar la tarde anterior, con lo que bastará dedicar dos horas antes de que lleguen los invitados a montar la mesa. Un salmorejo (asar tres pimientos rojos, y tres tomates, pelar y triturar junto a un poco de pan mojado, aceite y sal, adornando en el momento de servir con huevos de codorniz cocidos ), un pastel de pollo con foie, nueces, pasas y gelatina que debe permanecer en el frigorífico un mínimo de doce horas. Como postre yogur griego batido con miel y adornado con grosellas. Como ven, todo en frío. Los buenos vinos suelen ser caros, por lo que es el regalo recomendable -si hay confianza- como aportación de los invitados. Como tengo prohibido el alcohol fui feliz el pasado sábado cuando los tres médicos invitados me permitieron disfrutar de un cuarto de copa de un Vega Sicilia, aportación a la cena del doctor Félix Lluís, mi cirujano preferido (¡lástima que no cultive la cirugía plástica!), y que bebí con miedo pero con placer. Y sin efectos secundarios. Un cubo con hielo, unas tónicas y unas botellas de vodka, whisky y ginebra servirán para la copa final, la charla distendida, las risas y la despedida tras la ayuda de las damas a llevar a la cocina los restos del feliz naufragio, que siempre se agradece. No quiero olvidar la recomendación de reunir a personas afines si se trata de una cena sentados, y todo lo contrario para cuando la invitación es de pie y en plan buffé, en ese caso es mejor mezclar incluso personas desconocidas entre sí porque pueden surgir sorpresas interesantes. Anímense los single a practicar estas veladas que sin duda ayudarán a mantener el afecto con esos amigos a los que saludamos con el consabido "A ver si nos vemos!"

La perla. "Cuando mi marido se retrasa para la cena, sé que tiene una amante o está tirado, muerto en la calle. Siempre espero que sea lo de la calle". (Jessica TandyMiss Daisy)