Supongo que cualquier cinéfilo que tenga más de cuarenta años recordará como muy familiar el nombre de José Esteban Alenda. Era el distribuidor de aquellos documentales que se exhibían, con carácter obligatorio, antes de cada una de las sesiones de cine en las salas. En lugar de cortometrajes de ficción, los exhibidores convinieron en proyectar una serie de documentales geográficos más o menos rancios en los que el público aprovechaba para visitar el ambigú o acomodarse tranquilamente. Los hijos del mítico distribuidor, José y César Esteban Alenda, también se han querido dedicar al cine. Y tras rodar varios cortometrajes, ha sido en su cuarta obra en donde se han revelado como auténticos cracks. El orden de las cosas acaba de triunfar en el Festival de Elche.

Los Esteban Alenda abordan con valentía y originalidad el tema de los malos tratos. Como si fuera la primera vez que se denuncia. Y es que no hay otra. Aplicar la creatividad para denunciar como si nadie hubiese denunciado antes que ellos. A golpe de creatividad y de una concepción de imágenes siempre poderosas.

Para ello se rodean de un casting de primera, en el que Manuela Vellés lidia con el personaje más difícil, sin salir de una bañera y sin abrir la boca. Vulnerable. Doliente. Sin rozar siquiera el recurso fácil.

A su lado, aunque más bien cabría decir contra ella, encontramos a rostros de la talla de Biel Durán, José Luis Torrijo, Ana Gracia o Mariano Venancio. Al final, alcanzamos una imagen poderosísima. La culminación de una metáfora dolorosa que permanece en la mente del espectador durante mucho tiempo. Como sucede en las grandes ocasiones. Por añadidura, les puedo asegurar que los hermanos Esteban son gente de corazón grande. Humildes y sensatos. De esa estirpe noble, tan valiosa.