La Universidad española se encuentra en una interesante encrucijada: abrirse camino en el mundo cada vez más competitivo de la calidad académica, lo que requiere imaginación y esfuerzo, o bien ignorar todo ello y dejarse llevar por la autocomplacencia.

Recientemente se han puesto en marcha por segundo año los mecanismos para visualizar, y en su caso primar, los mejores proyectos de desarrollo de los campus universitarios españoles que en un futuro han de situar a la enseñanza superior de España en el club de las mejores universidades del mundo. Asistimos, al mismo tiempo, a la publicación de listados internacionales de calidad de universidades que ponen en evidencia que, salvo algunas excepciones aisladas, las universidades españolas están muy lejos de alcanzar un puesto digno en el escalafón mundial.

El panorama español en ciencia no es alentador en este momento, y las buenas intenciones electorales de cambiar el rumbo de la historia productiva de este país virando del ladrillo a la innovación, se han desvanecido a la primera de cambio. Efectivamente, no es halagüeña la situación impulsada desde la administración, pero también debemos pararnos a reflexionar sobre la propia dinámica de nuestras universidades. El toque de salida que supuso el pasado año el programa denominado Campus de Excelencia Internacional, puso de manifiesto cual era el dinamismo real de nuestras instituciones universitarias y qué nuevas ideas bullen en la cabeza de los que ostentan la responsabilidad de la gestión académica en las mismas. Los resultados conocidos por todos en este momento nos indican algo que ya sabíamos: no todas las universidades son iguales. Pero también nos señala que no todos los equipos humanos se caracterizan por saber dirigir, reflexionar conjuntamente y encontrar un proyecto innovador que sea participativo de la colectividad universitaria y que sea capaz de conducir a una universidad concreta hacia las mejores posiciones internacionales. Se podrá aducir que hay ciertos sesgos y compromisos incluso políticos, como se ha llegado a comentar, pero esta excusa recuerda al rechazo inicial de otros procesos de evaluación de la calidad como los sexenios de investigación. Refugiarse en el victimismo es el recurso de los débiles o también de los inconscientes que no quieren ver más allá de sus propios límites, siempre pobres y sin posibilidad de competir. A la vista de los resultados que ha arrojado la primera etapa del Campus de Excelencia, e independientemente de recursos y protestas basadas en hechos objetivos, es hora de que los universitarios hagamos examen de conciencia y analicemos nuestras propias actuaciones, sin olvidar pedir las responsabilidades que a cada uno competa en este proceso. Somos muchos los investigadores que en algunas universidades nos hemos visto frustrados y tendremos que hacer autocrítica en el seno de nuestros órganos colegiados si queremos remontar lo que se empieza a antojar como una difícil cuesta arriba en la que algunos nos encontramos todavía en la línea de salida. Los resultados negativos obtenidos por segunda vez por algunas universidades, como la de Alicante, nos han sacado bruscamente de la autosatisfacción diaria y de los parabienes de gabinete, para situarnos en nuestra propia realidad.

Una de las bases importantes de cualquier universidad para hacerse un hueco a nivel mundial es la investigación y hablar de esta actividad, aunque parezca mentira, es un tema complicado. La investigación toca muy de cerca aspectos que rozan la vanidad individual, ya que todo profesor universitario se considera buen investigador y con una categoría más que aceptable. Asistir a una Comisión de Investigación en una universidad constituye una buena muestra de este sentir. Todo miembro de la comunidad universitaria que se aproxima al mundo de la investigación cree no desmerecer en nada respecto de cualquier otro grupo, por mucho que los indicadores internacionales se empecinen en negar tal suposición. En muchas universidades se siguen fragmentando los departamentos universitarios, dividiendo áreas del saber, haciendo de ellos pequeñas ínsulas que consiguen mezquinas prebendas y todo ello al servicio de intereses personales y nunca académicos. Departamentos universitarios que surgen con un bajo número de docentes que no logran ni de lejos reunir la mínima masa crítica necesaria para crear ciencia y buena docencia. Unos departamentos para cuya creación se siguen aduciendo criterios de todo tipo menos objetivos científicos, y donde la calidad es interpretada, que no medida, lo que provoca que la toma de iniciativas para mejorar el rendimiento académico de la institución se complique y se acabe convirtiendo en un equilibrio de fuerzas, en clave muchas veces electoral, que impide destapar la mediocridad de grupos que siguen en el sistema sin una producción científica adecuada. Una universidad fuerte es la que se necesita y para ello debe poseer una estructura sustentada en departamentos fuertes resultado de procesos de unificación y no de división. Ahorraríamos personalismos, lograríamos mejor coordinación docente, mayor colaboración entre grupos de investigación y, un detalle especialmente importante en época de crisis, optimización de recursos.

Al margen de problemas de tipo personal, que en general mueven muchas decisiones, la Universidad tiene que encontrar un método cada vez más exigente para valorar la docencia y la productividad real en investigación, dado que este último es el parámetro dominante a tener en cuenta a la hora de clasificar las Universidades a nivel internacional. Por otra parte, la productividad investigadora afectará, más pronto que tarde, al nivel de financiación que se reciba. Por todo ello no podemos por más tiempo seguir como estamos y debemos ser autocríticos y, a partir de un análisis profundo de la situación actual, identificar los puntos fuertes y débiles, valorar la rentabilidad de los esfuerzos realizados y proceder a reestructurar la universidad en grandes unidades docentes e investigadoras. Conscientes de que los recursos son limitados, hay que utilizarlos de la forma más efectiva posible para que la investigación y la docencia en nuestras universidades mejore su calidad y su actual puesto en el ranking internacional de universidades.

(*) Firman también este artículo Miguel Yus (catedrático de

Química Orgánica de la Universidad de Alicante), Juan Feliu (catedrático

Química Física de la Universidad de Alicante) y Enrique Louis

(catedrático de Física Aplicada de la Universidad de Alicante).