Cuando se despertó, el ascensor seguía allí.

He sido muy crítico con el ascensor de Luceros, pero voy a tener que repensar mis ideas en este vítreo asunto. Al fin y al cabo allí está: erguido, poderoso, esperando que nos acostumbremos a él. Quizá nunca lleguemos a amarlo, pero quizá acabemos por tomarle un inesperado y retorcido cariño. Y es que en Alicante profesamos una querencia resignada a todo lo que, al menos, existe. Los derribos y las promesas incumplidas han sido de tal magnitud que cuando algo florece, aunque quiebre identidades, aunque fracture perspectivas, encontrará algún coro ciudadano dispuesto a ofrecer sus glorias al mundo. He de decir que no todo lo incumplido merece lágrimas: ¿se acuerda usted de aquella famosa vez en que el alcalde Alperi, que Dios conserve en Valencia, volvió de un viaje a Oriente y anunció la instalación en Alicante de una "ciudad china"?, ¿y qué decir del teleférico que debería elevar al Benacantil a los más aventureros?, ¿y qué fue de la Torre de Comunicaciones a instalar en el Tossal? (Por cierto: ¿se incluye su erección en el plan de arreglo de la zona a cargo de Aligestión/Hércules?... podría servir para practicar puenting, con lo que queda avalado como espacio deportivo).

¿De qué nos extrañamos, pues, cuando leemos ahora que no está claro qué va a pasar con la llegada del AVE? ¡A estas alturas!, exclamaría el ingenuo. Pues sí, que no sabemos lo que pasa con papeles ni lo que circula en plusvalías. En el fondo, de nuevo, un enfrentamiento entre los dos principales partidos, instituciones por medio. Así que en estas estamos, con una colección completa de aseguramientos sobre la llegada del AVE pero con la incertidumbre bien clavada en la lógica del día a día. Incertidumbre sólo rota ante la certeza de que gozaremos de una Estación y de un tramo de vías al aire libre tan, tan provisional, que, con toda probabilidad, los hijos aún no nacidos podrán gozar de ellos. No son las voces cualificadas que piden una reflexión más amplia sobre la inserción territorial del ferrocarril las culpables, sino la incapacidad de nuestros políticos por ofrecernos una imagen de lo que será ese tremendo área dentro de un año. Haga usted la prueba: imagínese esa zona y dígame cómo la "ve". Yo la veo desmañada, fea, polvorienta, alimentando nuevas frustraciones.

Y pasando de lo material a lo espiritual, ¿qué va a pasar con la CAM?, que al decir de muchos es algo más identitario que la Santa Faz y la Cara del Moro. La ciudad, hábilmente inducida desde muchas voces, se regocijó en lo más íntimo cuando tuvo la seguridad de que Valencia aquí no pintaba nada. ¡Laus Deo! Que, ahora, sus directivos vayan a tener que cantar "¡Asturias, patria querida!", de tan dudosa constitucionalidad, ya no parece inquietar a la ciudad educada en hilar fino. Si alguien tuviera, por fin, el valor moral de contar lo que ha pasado, lo que ha empujado a la situación actual, tan incierta; si alguien se atreviera a explicar las entretelas de esto, en lugar de subirse al carro de las esencias localistas, quizá los ciudadanos pudiéramos hacer algo que es, sencillamente, irrenunciable para fundar la condición de ciudadanía: entender, comprender los procesos que, en este caso, nos van a llevar a una situación económica bien distinta de la que hemos conocido -para bien o para mal-. Que no nos protejan: que nos enseñen cifras. Porque no sabemos si la nueva situación evitará pasados errores colectivos cuya hipoteca nos va a pesar por años o impedirá que los negocios posibles fluyan con normalidad en el futuro.

Y en estas Castedo pilla un berrinche porque el Ministerio de Hacienda le impide vender suelo municipal para pagar gastos corrientes. Muy enfadada, a Dios pone por testigo, como suele, de su ira. Y con eso, piensa, vale para que los ciudadanos culpemos al PSOE de las deficiencias en los servicios municipales. Olvida que el Ministerio no puede decirle otra cosa porque así se lo impone una Ley. Si Castedo quiere que hable con Trillo -ese ejemplar Diputado alicantino-, por ejemplo, para que el Grupo Parlamentario del PP presente una Proposición parlamentaria para cambiar la Ley. Ya sé que eso no se lleva en su partido, que padece de dolor de muelas si formula una propuesta positiva, pero es lo que hay: se llama democracia y Estado de Derecho. Pero eso no es lo más grave. Lo peor es que vender suelo ahora significa, necesariamente, malvender y alimentar nuevas sombras. ¿Quién está dispuesto ahora a comprar suelo, aunque muy barato, en mitad de la crisis? Pues sólo quien haga de su negocio principal la especulación con suelo. ¿O no? Lo que tiene que hacer nuestra alcaldesa es decir claramente cómo están las finanzas municipales y su evolución desde que gobierna el PP, sacando a los números de las brumas, localizando las fuentes de gastos improcedentes, estableciendo planes reales de austeridad y líneas de mejora en la gestión, para un incurrir en aberraciones que tenemos por normales. Por ejemplo: levantando plazas a los pocos meses de inaugurarlas, como le está pasando a la mismísima del Ayuntamiento; contratando altos cargos en seguridad para luego marginarlos; gastando 20.000 euros en telas para las BelleasÉ. Y obligando a que los adjudicatarios cumplan lo firmado, como en la Plaza de Benalúa.

En estas estamos, que me voy unos días fuera y no sé si al volver nos faltarán más pedazos de ciudad, sea de la ciudad de ladrillo, sea de la ciudad moral y política. Así que me regalo un paseo nocturno por Alfonso el Sabio. Doy en pensar que hace meses se anunció a bombo y platillo una reforma integral -y cara- de la Plaza de los Luceros -que no sé muy bien para qué hace falta- que no se ha producido. Pero, en fin, dejémoslo. Escucho el run run del agua que se precipita por caballos y pináculos. Alicante, en fin, podría ser hasta emocionante y bella. Lástima, eso sí, que la fuente oculte al ascensor. ¿Por qué no se la llevan y la venden?