Escribo este artículo encadenado a la caverna mediática (si me hubieran dejado escoger habría preferido la caverna de Platón o una de las góticas cárceles de Piranesi, para qué engañarnos) a la que me han condenado unos sensibles lectores -no son ustedes dos, of course- que, después de verificar la buena salud democrática de la que goza Cuba tras la expulsión de varios presos políticos por pensar diferente a los hermanos Castro, criticaban con aspereza mi punto de vista acerca de la ineludible obligación que tienen los países democráticos de respetar siempre, inexcusablemente, afecte a quien afecte, los derechos ciudadanos y las formas. Sin embargo, pese a la condena cavernaria, sigo pensando igual, incluso si algún día les ocurre a ellos. Incluso, y sobre todo. Así debe ser, al menos en España, nada que ver con Cuba, Venezuela, Corea del Norte, China, Irán, Libia oÉ con ellos. Hasta que no estemos absolutamente convencidos de esta máxima democrática, del respeto que el sistema de libertades y presunciones debe a los ciudadanos en los países libres, la tentación del poder por saltarse las reglas, por orillarlas, por aplicarlas de manera espuria en función del enemigo político o por convencimiento de que los afectados son culpables, constituirá un inquietante péndulo de inseguridad impropio de las democracias, cercano a los regímenes arbitrarios, a los totalitarismos. Pensar así no es de izquierdas ni de derechas, sino de demócratas convencidos. Es la ética de la estética, por eso dijo Oscar Wilde que la estética era superior a la ética al pertenecer a una esfera más espiritual. Por eso hablaba Churchill del lechero cuando de madrugada llaman a tu puerta. Por eso la frase de Evelyn Beatrice Hall (erróneamente atribuida a Voltaire) respecto de las opiniones discrepantes: "Estoy en desacuerdo con lo que dice, pero defenderé hasta la muerte su derecho a decirlo". Por todo eso, sigo defendiendo la obediencia del poder a las formas y los derechos ciudadanos, aunque algunos me condenen a la caverna mediática, no la de Platón ni la de Piranesi (habría sido mucho pedirles; cuestión de sensibilidades).

Y es una lástima, porque la semana pasada moría Sir Charles Mackerras, un excepcional director de orquesta que nos proporcionó el inmenso placer de disfrutar con las óperas del compositor checo Leos Janácek, autor de obras tan turbadoras e inquietantes como Katia Kabanová, Jenufa, El caso Makropoulos, o De la casa de los muertos, óperas grabadas con la Orquesta Filarmónica de Viena y el sello Decca. Un lujo al alcance de cualquier bolsillo, no de cualquier sensibilidad. Al tiempo que Mackerras se iba dejándonos una herencia musical impagable en la senda de los mejores directores checos -Rafael Kubelik, Kárel AncerlÉ-, llegaban a España, invitados por el Gobierno, dos auténticos defensores de los derechos humanos, dos titanes de la libertad, dos capitanes de la democracia: el ministro de Exteriores iraní, Manouchehr Mottaki, y el presidente de Ruanda, Paul Kagame, todo un lujo al alcance de las mejores sensibilidades.

Mientras la iraní Sakineh Ashtianí espera en prisión el momento en que será lapidada por adúltera -no es menester decirles que gozó de un juicio rodeado de las máximas garantías y formalidades legales, para que luego nos quejemos del lechero-, y por cuya causa ya recibió en su día ¡99 latigazos! (sí, 99 latigazos, todo un récord de respeto por los derechos humanos y todo un récord de cobardes silencios en el occidente progre), el ministro iraní se paseaba imperturbable por Madrid defendiendo el sistema de justicia que aplican sus tribunales. Como recogía El País en una entrevista al abogado de la mujer, la lapidación fue introducida en Irán tras la revolución islámica de 1979. Yo, y podría equivocarme, no he visto concentraciones ni manifestaciones de los progres y progras, de los chicos y chicas de La Ceja, frente a la embajada iraní en Madrid protestando por este abominable atropello a los derechos de esta mujer. ¡Con lo vigilantes que se muestran contra los excesos de la dictadura yanqui! ¡Con lo indignadas que están por la prohibición del niqab y el burka en España, pese a que la mismísima Siria también los haya prohibido! ¡Qué falsa suena cierta tonadilla feminista y progre referida a esas prendas de sumisión cuando no hablan de prohibirlas, sino de propiciar un debate sereno y profundo! Un debate eterno que hará eternas las cárceles a las que se ven sometidas esas mujeres! Cuestión de sensibilidades.

Y qué decirles de Kagame, un presidente al que la Audiencia Nacional imputa delitos de genocidio y graves violaciones de los derechos humanos. Lo invitó Zapatero y, ante el papelón de fotografiarse con esta eminencia democrática, cede a Moratinos el honor de recibirle en el Ritz, la misma pensión vallecana a la que el ministro español envió a los presos políticos cubanos desterrados a España por los hermanos Castro. Mientras la habitación del Ritz ronda los 500 euros, la suite del hostal para cubanos exiliados vale 13,90. Es el respeto por las formas, la supremacía de la estética. No es nada personal, es cuestión de sensibilidades.