Un muy querido amigo se ha suicidado hace poco y el estupor cae sobre nosotros como una piedra sobre un tejado de cristal. Nos preguntamos una y otra vez los motivos que lo llevaron a efectuar el irremediable; definitivo mutis; y buscamos consuelo reflexionando.

Decía Albert Camus: "No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio: el suicidio. Juzgar que la vida vale o no vale la pena de ser vivida es responder a la pregunta fundamental de la filosofía". Como Camus, de igual modo, lo entendieron griegos y romanos y sembraron de ilustres suicidas, empezando por Sócrates, la dorada historia antigua de la cultura occidental. Las otras culturas, la india, la china, la japonesa, la polinesia, las americanas..., también coinciden con Camus y ni se les ocurre penalizar, prohibir, ostaculizar algo tan íntimo, tan decisivo, tan personal.

Decía Shopenhauer: "A mi ver, sólo las religiones monoteístas ven la autodestrucción como un crimen. Generalmente se encuentra que cuando los terrores de la vida sobrepasan el terror a la muerte el hombre pone fin a sus días". Las tres religiones nacidas en el desierto, sólo ellas, condenan al suicida con la misma fuerza con que, paradójicamente, promueven el martirio: el Talmud inaugura la prohibición, el Antiguo Testamento la confirma y el Corán la lleva al extremo de condenar al suicida a un infierno de arena y sed que no apagará el agua de Alá.

Pero a pesar de todas las prohibiciones y castigos postmortem (no rezar misas ni enterrar en sagrado), lo cierto es que la gente se ha suicidado desde siempre y por motivos diversos: "Lo que se llama una razón para vivir es, al mismo tiempo, una excelente razón para morir", argumenta Camus. Tiene razón Eduardo Tijeras cuando -en Acerca de la felicidad y la muerte- dice: "Mire usted: a los muertos es fácil clasificarlos. Están los que se mueren a la fuerza (vejez, accidente, enfermedad) y los que se mueren queriendo". A la clasificación habría que agregar los que queriendo no pueden y tienen la suerte de ser ayudados. A este grupo último pertenece nuestro amigo suicida que -al igual que Ramón San Pedro; el inspirador de Mar adentro; el film de Amenábar; protagonizado por Javier Bardem- ha contado con una mano amiga -a falta de una legislación- para salir del infierno.

Siguiendo con la clasificación propuesta por Tijeras, nuestro querido amigo que se ha ido pertenecería al grupo de los suicidas "explícitos", un grupo que se nutre fundamentalmente de artistas y escritores. Nuestro muerto unía ambas cosas, trabajaba la escultura y trabajaba la palabra en su blog de Internet, sosteniendo un puntero entre los labios. Decía lo mismo que Schopenhauer, lo mismo que Camus: "Cómo podemos separar el derecho a vivir nuestra vida libremente del derecho a vivir nuestra muerte libremente".

A todo esto la ministra de Sanidad dice que la eutanasia no es un asunto a tratar en esta legislatura, temerosa tal vez de que los obispos salgan nuevamente de mani, invocando a la vida como si de ella tuvieran el copyright. Y, mientras la ministra asegura que tenemos excelentes cuidados paliativos en los hospitales, las asociaciones que luchan por el derecho a morir en libertad se encuentran transitando entre el derecho natural y el ordenamiento jurídico positivo: ayudar a morir es punible.

Tamaña prohibición no afectó a Copito de Nieve en su tránsito de atracción pública a cadáver, los animales tienen este único privilegio. Isaac Asimov, poco antes de su muerte, escribió al respecto: "Ningún ser humano decente permitiría que un animal sufriera sin poner fin a sus males. Sólo con los seres humanos son éstos tan crueles como para permitirles seguir viviendo en el dolor, en la desesperanza, como un muerto viviente, sin hacer un gesto para ayudarles".