La sentencia del Estatut ha completado el ciclo de reacciones: manifestación de rechazo, significativa encuesta demoscópica, floja declaración parlamentaria y desunión final en Madrid. Tras todo ello, empiezan las vacaciones. A la vuelta, campaña electoral.

Los redactores de la sentencia que insistieron en citar una y otra vez, cual mantra, la "indisoluble unidad de España", y que se esforzaron en aclarar que Cataluña no es una nación aunque tal palabra conste en el preámbulo, tienen motivos para la preocupación: tras el episodio, el independentismo se ha disparado en Cataluña, y los nacionalistas moderados se han vuelto radicales. El mensaje del Constitucional ha sido entendido a la perfección, pero ya se sabe que el entendimiento no siempre conlleva asentimiento ni conformidad.

Lo primero, la manifestación. Batalla de cifras al margen, las fotos aéreas dicen que se situó entre las mayores de la historia. Pero tan relevante como la cantidad fue el matiz de las banderas: comparando imágenes con la mítica concentración de 1977, que celebraba la democracia y exigía el primer autogobierno, se observa que donde entonces había un mar de "senyeres" sin más, este año había un mar de "estelades", es decir, de banderas cuatribarradas con una estrella, símbolo independentista. Y el grito de "independencia" fue el más coreado a lo largo de las dos horas y media de la dificultosa marcha.

Lo segundo, la encuesta de Noxia para La Vanguardia, según el cual, por primera vez en la serie de este instituto, la opción secesionista se impondría a la contraria en un referéndum, en una proporción de 4 a 3. Tal opción aparece por primera vez como preferente para los votantes de CiU, y gana adeptos entre los socialistas. Y crece la cifra de quienes se consideran sólo catalanes o más catalanes que españoles, en detrimento de quienes igualan ambos sentimientos.

Lo tercero, la traducción de todo ello en el Parlament de Cataluña; presionados por el deseo de aprobar una declaración que uniera a los partidos que en 2005 aprobaron el Estatut, todos ellos aceptaron la proposición de mínimos del socialista Montilla: la simple ratificación del preámbulo del Estatut vigente, donde aparece la palabra "nación". En realidad, se trata de una marcha atrás: el Parlament catalán nunca había votado dicho preámbulo, fruto de los recortes en el Congreso de los Diputados. Para no incomodar en exceso al PSOE, Montilla impuso la más blanda de las resoluciones posibles, y tanto CiU como ERC aceptaron para no dar una imagen de desunión.

Y lo cuarto, las estrategias divergentes en el Congreso: Mientras los socialistas catalanes pactaban con el PSOE una resolución aceptable en Ferraz, CiU y ERC proponían otra en base a la declaración del Parlamento catalán, para poner en evidencia de contradicción al PSC, que no lo iba a votar. Así se ha desactivado, en dos actos parlamentarios, la traducción institucional del estado de excitación y rechazo que siguió a la sentencia.

Llegan las vacaciones, y a la vuelta el horizonte será electoral. La legislatura catalana se puede dar por fenecida. La solidez del auge independentista se pondrá a prueba en las urnas, con una clara diferencia respecto de convocatorias anteriores: cada vez son más los dirigentes de Convergència, segura ganadora, que se declaran independentistas, aunque añaden: "todavía no es el momento". En la mejor línea del fundador, Jordi Pujol, que hizo célebre la expresión "eso ahora no toca".