Días pasados, las páginas de este periódico recogían unas declaraciones del Conseller de Medio Ambiente y Agua, Juan Cotino, donde destacaba "la importancia de tener claro que la filosofía de las ayudas ya no es posible". Estas declaraciones las hacía en referencia a la posibilidad de continuar con las subvenciones dedicadas al Hondo de Elche-Crevillente que se han cortado en los últimos años. Sin embargo, de una forma extraña, declaraba al mismo tiempo que "la Generalitat Valenciana financiará algunas de las infraestructuras que, hasta el momento realizaban los propios regantes para llevar a cabo su actividad". En definitiva, que esa filosofía no era tal, sino que se transformaba en otra modalidad de ayudas.

Contrariamente a esa "filosofía" a la que hacía referencia el conseller, ningún Estado moderno funciona sin ayudas, con independencia del volumen de las mismas y de a quién vayan dirigidas. Si bien en estos momentos es cierto que todas las partidas de gasto de los gobiernos se ven sujetas a los ajustes que la crisis económica impone, no me cabe ninguna duda de que las subvenciones y ayudas van a continuar siendo un elemento esencial del funcionamiento de las relaciones entre el Estado y los ciudadanos y empresas.

El ejemplo más evidente en el ámbito europeo son las ayudas a la agricultura, que concentran la mayor partida de gastos del Presupuesto de la Unión. A pesar de lo mucho que se ha dicho acerca de la necesaria reforma de las mismas, no veo en el horizonte ninguna propuesta que modifique esta "filosofía". En el ámbito estatal y autonómico, tampoco existen planteamientos en este sentido. Las becas a los estudiantes, las ayudas a las empresas, el apoyo a la Ley de la dependencia a través de ayudas a las familias (a pesar de la política cicatera de la Generalitat Valenciana en su aplicación) o las ayudas "en especie" que significan las construcciones de infraestructuras que benefician a sectores económicos específicos son elementos de las políticas públicas que no van a desaparecer, con independencia del volumen que las mismas tengan.

Entiendo que lo que ha querido decir el conseller es que determinadas ayudas, las que el Gobierno valenciano considere pertinente, sí que van a desaparecer debido a los recortes que necesariamente se tienen que hacer en el gasto público. Y es aquí donde los gobiernos deben ser cuidadosos en explicar sus preferencias, porque de lo contrario, nos podemos encontrar con decisiones arbitrarias que difícilmente pueden ser entendidas por los afectados. Lo que entiendo que se ha querido decir es que las ayudas para cuestiones medioambientales no son una prioridad para el Gobierno valenciano y que le importa bien poco como pueda mantenerse un paraje natural tan importante como es el Hondo. A esta interpretación se llega también al analizar que, simultáneamente a explicar esta nueva "filosofía", nos habla del trasvase del Ebro. ¿Realmente cree el conseller que esa hipotética infraestructura puede hacerse sin subvenciones y que los regantes serán capaces de financiar toda esa obra?

No creo que el Cotino ignore que de cara al futuro, en España no podemos disponer, como en el pasado, de los abundantes Fondos Estructurales Europeos que permitieron realizar las grandes infraestructuras de este país. Ni tampoco puede ignorar que las nuevas políticas de austeridad en la inversión pública española van a posibilitar destinar aportaciones públicas tan cuantiosas como las que requeriría una obra como ese trasvase del Ebro (si eso fuera posible desde el punto de vista de su aceptación política y social). Pero no creo tampoco que estas razones le disuadan de continuar reclamando algo que, aunque él sepa su imposibilidad real, siga creyendo que es una bandera que le interesa políticamente. Para ello debería tener otra "filosofía". Mientras tanto ¿qué le importa al conseller Cotino que el paraje del Hondo continúe deteriorándose, si considera que eso no le afecta electoralmente?