La escasez de dinero está trastornando la economía de nuestro país. El endeudamiento total es alarmante: acaparamos el 25% del crédito concedido por el Banco Central Europeo, nos han prestado un total de 126.300 millones de euros, casi un 80% más que hace un año, y pese a que el Estado inyectó en los inicios de la crisis a nuestros bancos y cajas de ahorro grandes sumas de dinero, y a que el Fondo de Reestructuración y Ordenación Bancaria (FROB) también ha facilitado ayudas a las cajas para su refinanciación y fusión, seguimos sufriendo la dificultad de conseguir créditos.

Las entidades financieras que favorecieron el endeudamiento sin límites de los españoles todavía no han salido del hoyo. La nueva caja única gallega, resultado de la fusión entre Caixa Galicia y Caixanova, ha solicitado 1.162 millones del FROB -dinero público- y va a provocar las prejubilaciones de 1.200 empleados. Otras fusiones motivarán numerosos despidos. Es duro saber que se van a pagar con el dinero de nuestros impuestos, aunque los hayan provocado la ignorancia de sus dirigentes, muchos de ellos procedentes de la política, incluso religiosos, pese a que carecían de formación económica y financiera.

Ante la falta de dinero, hace un mes saltó en la prensa la noticia, desmentida de inmediato por el Gobierno de que éste planeaba aprobar una amnistía fiscal para aflorar el dinero negro, ocultado por sus titulares en actos delictivos e insolidarios, dignos de condena. El acierto de no llevar a cabo esta medida tan contraria a la moral fiscal no excluye la gran necesidad del país por encontrarlo y emplear el varapalo y tente tieso.

¿Dónde está el dinero oculto? Principalmente en bancos de los paraísos fiscales. Menudo eufemismo. El paraíso lo identificamos con un lugar de ensueño, en el que no se sufre, donde se disfruta del dolce fair niente: el Caribe, islas tropicales, lugares exóticos, etcétera. Pero si se asocia con la ausencia de cargas y gravámenes, y de rendir cuentas, ahí podría estar la causa del uso de la frase paraíso fiscal: lugar libre de impuestos, en donde el dinero negro -el que no ha pagado impuestos- se refugia, aunque allí apenas dé frutos. Todo antes que contribuir al Tesoro público, aportando con solidaridad la cuota que ilegalmente se le negó.

También el dinero negro puede estar entre nosotros, escondido en los más insólitos rincones: debajo del ladrillo, en cajas fuertes, en el armario, en la cisterna del inodoro, en bolsas de basura, debajo del colchón, siempre a la espera de un destino del que no pueda enterarse el fisco y que no deje rastro.

Resulta sobrecogedor saber que el volumen de dinero negro escondido por los españoles se estima en 250.000 millones de euros. Si se aplicase a la economía nacional nos permitiría salir de la atrofia financiera que padecemos y reducir los tipos de interés que se nos exigen por la concesión de préstamos que encarecen nuestras inversiones y consumo. Además si hubiese tributado en su día, nuestro endeudamiento y el déficit público serían moderados. Los propietarios del dinero negro suelen ser gente y entidades que teniendo altas rentas y/o elevados patrimonios padecen de avaricia e insolidaridad. Prejuzgan que sus ganancias son fruto sólo de su esfuerzo y ajenas a los demás factores productivos.

Mantienen el criterio de que el capital debe tributar muy poco, porque si no huiría a otros países, mientras que no les importa que las rentas del trabajo se graven hasta con un 43%, más del doble que las de capital. En tiempos de crisis, cuando la consolidación fiscal se exige sin excusa a nuestro país, como al resto de Europa y se han de subir impuestos, tal sofisma resulta hiriente. Por eso me chirrían frases y argumentos como el titular de una colaboración en El Economista: "La imposición a los ricos: un craso error", y el autor lo argumenta así "porque los más acaudalados gozan de movilidad para escapar y les compensa deslocalizar patrimonio: son imposibles de gravar" o este otro en La Verdad: "gravar a las rentas más altas sitúan el debate a merced de la demagogia", o el recogido en El Mundo: "¿No sería mejor suprimir el delito fiscal?".

Hace unos días se supo que en el principal banco suizo existían un gran número de cuentas de españoles que amparaban posibles delitos fiscales y sobre las que ya está actuando la Agencia Tributaria. Y leo en un titular de El Mundo, ante un posible impuesto sobre las grandes fortunas el próximo año, que "La banca diseña la huida de los ricos, preparando los vehículos para sacar el dinero si llegase el impuesto a las grandes fortunas". ¿No les parece detestable? Parafraseando a Felipe II: de haber sabido que nuestro dinero iba a destinarse a tales menesteres -pagar despidos, ayudar a sacar los euros de nuestro país- habría sido preferible luchar contra los elementos, aunque perdiésemos créditos no perderíamos la vergüenza.