El concepto de género sirve para explicar la dimensión social y política que se ha construido sobre el sexo biológico. Es un concepto universal, pues todas las sociedades están construidas a partir de dos normatividades generizadas: la masculina y la femenina. El género es ese conjunto de características, roles, actitudes, valores, y símbolos que conforman el deber ser de cada hombre y de cada mujer, impuestos dicotómicamente a cada sexo mediante el proceso de socialización y que hacen aparecer a los sexos como yuxtapuestos por naturaleza. La pervivencia de las sociedades tal y como las conocemos requiere que los géneros no se desactiven como estructuras de poder (lo que implica dominación y subordinación) y utilizan, en consecuencia, vastos sistemas de legitimación. La religión y los discursos filosóficos, científicos, políticos y jurídicos han proporcionado (y algunos todavía lo hacen) los argumentos legitimadores precisos no sólo para que los individuos consideren como deseables y útiles estas estructuras generizadas, sino que incluso las consideren inmutables por naturaleza. Como afirma Celia Amorós, no hay nada tan eficaz para la legitimación de algo que el considerarlo natural para que aparezca como una realidad inmutable y de imposible transformación. Y que las mujeres hemos nacido con el destino de ser madres forma parte de esa normatividad genérica que se legitima con el argumento de la naturaleza. De ahí que se hable del instinto maternal, pero no del paternal.

Pero además de la legitimación, las normatividades generizadas se pueden perpetuar mediante el recurso a la coacción. Ésta se manifesta generalmente a través de la denominada presión social difusa, es decir, la presión que ejerce el grupo sobre la persona y que le mueve a permanecer o no desviarse de lo que se espera de ella. De las mujeres que trabajan fuera de casa y tienen hijos, por ejemplo, se espera que dividan su tiempo entre el trabajo remunerado y el cuidado del ámbito familiar. Está bien visto que reciban ayuda externa o de familiares para compatibilizar ambas tareas pero no para su disfrute personal, ¿dónde queda su derecho al ocio? Nadie, en cambio, afea esta conducta a los hombres. De ahí el sentimiento de culpa que suele invadir a las mujeres cuando se atreven a disfrutar un poquito al margen de la familia. Pero la presión social difusa no basta para vencer los mandatos de género y para tratar de preservarlos hace falta echar mano de otras formas de coacción, tales como la propaganda, que, en muchas ocasiones, se convierte en un elemento de coacción psicológica. Ésa es la definición aplicable al anuncio del conseller Cotino sobre las ecografías en 3D que pretenden enseñar a las mujeres que osen desafiar el mandato de género más enraizado.