Toda actividad, sea cual sea el sector que analicemos, a lo largo de su desarrollo, es decir mientras va discurriendo, no deja de evolucionar y mandarnos mensajes sobre sus necesidades de adaptación. Incluso en los momentos de mayor esplendor y rentabilidad ya va informando sobre las necesidades inmediatas de adopción de medidas para mantener los niveles adecuados del negocio. Lo que ocurre (lo que nos ocurre, sería más correcto decir) es que enfrascados en atender el volumen de trabajo, que exige grandes dosis de atención y esfuerzo, no nos quedan ojos para echar una mirada hacia adelante y captar o interpretar estos avisos que se nos van lanzando. Se trata de llamadas de atención demasiado sutiles, simples sugerencias que no tienen el suficiente peso específico como para hacerse notar de manera rotunda y contundente, así que pasan desapercibidas la mayoría de las veces. Sólo empresarios de oído súper desarrollado y fino o con observatorios de análisis estratégicos serían capaces de percibirlos y anticipar la adopción de las oportunas medidas.

Pero la dimensión de las empresas turísticas no es suficientemente grande como para contar con departamentos de prospectiva de futuro y tiene que dedicar todos sus recursos a trabajar el día a día, así que esos mensajes, debido a su débil y lejano sonido, no aparecen cada mañana en la agenda de los directivos ya que otros problemas más acuciantes y sonoros reclaman toda su atención. Es más, pocas empresas, incluso las más boyantes y desarrolladas pertenecientes a sectores de mayor dimensionamiento empresarial (miren la banca y las constructoras) son capaces de interpretar y prevenir el futuro. Así, periódicamente, se han venido produciendo crisis (ahora, a la vista de lo que cae, las calificaríamos de mini crisis) que han forzado adaptaciones a las cambiantes situaciones de los sectores y hemos visto que mientras los ágiles han maniobrado para enderezar o corregir su rumbo salvándose del temporal, otros, un tanto despistados o adormilados, han desaparecido irremediablemente (ya se sabe, camarón que se duermeÉ), produciéndose lo que se podría llamar "un saneamiento renovador de los sistemas productivos". O aquello de que "algo tiene que cambiar para que nada cambie".

Pero, ¿qué ocurre cuando estalla una crisis severa (de las gordas, nada de minis) como la que estamos atravesando ahora? Pues, ocurre algo así como si se elevara el volumen al máximo y todo el instrumental de la crisis, sin filtros ni sordinas, pone a prueba nuestros tímpanos (tipo discotequero, vamos) y la sutileza de los avisos previos se convierte en estridencia bestial para que nadie pueda ignorar la gravedad de la situación y, mientras nos zarandea agarrados por las solapas, nos grita: "hay que espabilar". Esta es la parte positiva, pues nos permite (o exige) la toma de medidas. La negativa sería que aturdidos por el "follón" no entendiéramos nada y entre gritos y carreras no encontráramos la salida de emergencia.

No me tengo por tan presuntuoso como para sentirme capaz de recomendar medidas resolutorias de tan difícil situación, pero algunas reflexiones sí me atrevo a aportar por si sirven para aclarar el panorama. En primer lugar habría que asumir que el cambio necesario para mantener en marcha las empresas del sector turístico, no va a tener carácter circunstancial sino más bien definitivo. Lo que se está haciendo para defender unos resultados dignos del negocio turístico obedece a un par de principios de eficacia en la gestión; por un lado el mantenimiento de la calidad prometida y transmitida, o sea el compromiso con el cliente; y por otro, al abaratamiento de los costes de producción. La competitividad es así de dura y no va a reblandecerse nunca. (¿Quién ha dicho que antes fuera blanda?). ¿Y los precios? Los precios tienen tres caminos: bajar aún más, mantenerse o subir; y qué quieren que les diga, esto último, lo de subir, será tan ligera y lentamente que más vale que lo vayamos olvidando. Así que no nos queda más que una salida: profundizar responsable y profesionalmente en la reducción de los costes sin bajar la calidad, repito. ¿O es que conocen algún sector (por ejemplo, el del automóvil, los electrodomésticos o la informática) que una vez que es capaz de abaratar costes y precios vuelva a aumentarlos? Esto no ocurre nunca. Y además se hace manteniendo la calidad tecnológica y de confort, como demuestra que ya no existan coches sin ABS, dirección asistida, aire acondicionado, etcétera, por pequeños y económicos que sean. Ya me imagino la pregunta inmediata: "y eso, ¿cómo se consigue?". Pues comprando mejor.

HOSBEC, la Asociación de Hoteleros de Benidorm, no deja de perfeccionar y profundizar en esta cuestión (la verdad es que esto es lo que siempre han hecho los hoteleros), si ahora han dado un avance con el tema del suministro eléctrico, mañana pueden o mejor dicho están obligados a aplicarse en otros productos, empezando por los de consumo masivo y continuando con los demás. Todo, si está bien gestionado y se basa en grandes pedidos, puede comprarse más barato. El secreto está en encontrar al "quién" y el "cómo".

¿Dónde puede estar el fallo? En la ceguera. En la falta de unidad. En que se prefiera mantener el ego por encima del interés. En que no se sacrifiquen los personalismos para mantener la salud económica de los negocios. Pero, mira por dónde, esta crisis (la de verdad, la gorda) puede llegar a tener mayor capacidad de convicción que las doctas teorías económicas. A lo mejor, la obligación de salvarnos nos enseña a nadar. Sería estupendo que la crisis pudiera resultar positiva, porque, ya se sabe, cuando se aprende a nadar ya nunca se olvida.