En el verano del 74 yo tenía ocho años. Me encontraba a los pies del sillón de mi abuelo junto con mis primos en Alemania. Estábamos viendo la final del Mundial de fútbol, Alemania contra Holanda, contra aquella Holanda de Cruyff, un equipo grande, no esta versión macarra de Karate Kid contra la que hemos ganado merecidamente. El delantero alemán Torpedo Müller metió aquel gol increíble. Toda Alemania lo celebró como ellos lo celebran, sin demasiado jaleo. Recuerdo al comentarista del telediario tras el partido: leyendo las noticias en un tono neutro. Pero al terminar de decir que Alemania había ganado el Mundial, por la comisura de los labios se le escapó una sonrisa. ¡Puede que le echaran la bronca por aquello! ¡Eso iba contra de la objetividad de un locutor de noticias! Después vine a vivir a España, y fui sufriendo decepción tras decepción en los mundiales. Sabíamos que España tenía grandes jugadores, pero siempre pasaba algo: errores arbitrales, la falta de malicia y marrullería de los italianos, la organización alemana, el jogo bonito de Brasil. A veces perdimos por errores, y muchas veces injustamente. Toda esa memoria acumulada del pasado, de sed de victoria, de premio merecido, ha estallado ahora en una locura de fiesta, justo en un momento de gran crisis de identidad colectiva, de crisis económica terrible. Podíamos haber perdido, pero quisimos ganar apostando por la victoria honrada, bella, con arte. Eso sí merece la pena. El fútbol no es sólo un deporte. Es un deporte de coordinación, de estrategia, donde cada jugador tiene que estar en su sitio: hace falta sacrificio y generosidad. ¿A quién le gusta quedarse en el banquillo? ¿A quién le gusta dar el pase de gol si lo puede meter él y pasar a la gloria de la memoria colectiva? Esos chavales allí abajo en Sudáfrica lo han logrado, y que paradoja, hablando catalán muchos de ellos, y saliendo muchos de ellos de la escuela de fútbol de La Masía que sigue la filosofía de Cruyff. Y todos aman a este país nuestro.

¿Para qué sirve el desarrollo económico, el dinero, si no sabemos unirnos y luchar por algo que merezca la pena? Como dice Gerald Brenan, en "El Laberinto Español", necesitamos de grandes gestas que requieran un enorme sacrificio, darlo todo, quemar los barcos: la furia española es eso. A este país le falta una gesta por la que quemarse, una razón para existir. Al ver esta explosión que me arrastra también a mí, me da la sensación de que no tenemos tanta crisis de identidad, y sí una gran crisis de representatividad. Los líderes políticos y económicos no quieren unirse para buscar metas altas: cada uno a lo suyo, a mirarse el ombligo. Y mientras la gente de la calle desea sacrificarse y luchar por salir de esta crisis. Falta una meta alta, grande y bella, que nos una para darlo todo, que nos devuelva la identidad. Y esa es la labor de los líderes, de nuestros representantes. Mientras tanto sigamos bailando el Waka-Waka. Nos hacía falta un baño de alegría así.