Desde el noventayochismo, la idea de España como nación que ha ido derivando hacia otras orillas suaves, con Ortega o Laín como faros de la antigua esencia cobró un halo romántico que se superpuso, empañándola y frenándola, a la verdadera asignatura de España: la de levantar un verdadero Estado democrático, heredero de la tradición ilustrada, con los motores del comercio y la economía como fundamentos y los derechos de la ciudadanía como principios políticos, alejados ambos de la especulación doctrinaria. Del 98 emergió la retórica; de la Constitución del 78 un pragmatismo inconcreto. Sin embargo, el encaje español ha sufrido más el legado de aquel espíritu de la decepción, rehén del desastre español, que la identidad de las realidades emergentes en la postransición, vinculadas a la modernidad. La sentencia del Tribunal Constitucional sobre el Estatuto de Cataluña es una lectura severa de las dos ideologías yuxtapuestas, reflejada en los partidos nacionales y las formaciones políticas periféricas. El PP, con su recurso ante el TC, daba por cerrada la España autonómica o quizás federal nacida del 78, absorbiendo falazmente la Constitución como un elemento poco menos que inmutable. El PSOE de Zapatero daba rienda suelta con frivolidad a la España plural sin sujetar antes los límites del Estado ni poseer el control de sus posibles desvíos, como ha sucedido. El resultado es que, al abrir la caja de los truenos, aquellos déficits -entre ellos la esencia de España-, aletargados tras el pacto de la transición política, hoy pueden multiplicarse hasta el desbocamiento. Entre otras cosas, porque, al margen de los idearios subterráneos, la coyuntura política en Cataluña la médula espinal de la articulación española responde a un electoralismo de salón.

Los partidos catalanes han de cubrirse ante el fallo del TC que rebaja el Estatuto su victimismo resulta una explosión de ofensas, agravios y burlas y han de tapar sus propias vergüenzas. Sobre todo el PSC, al que Zapatero abdujo y que hoy se enfrenta a un destino no esperado. Al fin y al cabo, la sentencia del Constitucional es laxa si nos alejamos de los símbolos y los axiomas aunque, es cierto, cierra, de forma poderosa, la deriva confederal.

Ése, y no otro, es el problema que se ventila.