Todos somos presuntos inocentes. Sólo que algunos lo son una o varias veces tras alguna decisión judicial y el común nos vemos en el pobre papel de ser inocentes genéricos, sin sustancia procesal. Y por aquí algún partido ostenta un récord de cargos presuntamente inocentes: más que en una guardería. Pero a mí lo que más me preocupa es pensar que una élite ha dado en creer y en fomentar que los inocentes ciudadanos somos inocentes porque somos imbéciles presuntos, porque estamos en disposición anímica de ser corruptos si pudiéramos. Todo un proyecto ideológico que se ejecuta con firmeza, con sobriedad o con alharacas. Y que ha llevado a nuestra Comunidad a la miseria moral. El caso "Brugal" nos permite contar con un presidente de Diputación imputado y con otra catervilla de satélites en pena. Todos muy presuntos inocentes. Hay que repetir: que trabajen jueces y policías. Pero, igualmente, que da un no sé qué de asco comprobar, como en el "Gürtel", los tejemanejes de amigos, amiguitos y conocidos y hasta aficionados al tiro olímpico. Aquí hay una casta que, por encima de toda cordura y alimentada por el olvido, juega, teje, desteje y gana, gana muchísimo. ¿Y los demás? Pues ahí: enfangados en nuestra condición de presuntos idiotas. Consolados algunos -los idiotas vocacionales- con la cosecha de migajas, los demás miramos con restos de sorpresa y bastante indignación.

La construcción de una sociedad de presuntos idiotas-ciudadanos se cimenta en varias ideas. La primera es que nunca tendremos la información suficiente. Ello es esencial cuando acuerdos básicos se adoptan sobre una estrecha línea, en la que la distinción entre lo legal e ilegal, lo moral e inmoral, se difumina, y los acuerdos formales se limitan a legitimar los ya tomados en la oscuridad de despachos. Sirva de ejemplo la aventura del estadio del Hércules: bajo las alegrías de la exaltación del símbolo hay preguntas sin respuesta y un hecho cierto: la transferencia de 55 millones del dinero de los alicantinos a una empresa privada. ¿Cómo se sabe que la reparación cuesta 45 millones?, ¿por qué tiene una empresa -sin los controles de contratación administrativa- que acometer la reparación de una zona deportiva pública?, ¿para qué sirven planes urbanísticos si luego se alteran las condiciones de edificabilidad? Todo eso podría ajustarse si alguien que se sitúa en el centro de la operación dispusiera de credibilidad como socio adecuado de una operación que consiste en transferir lo público a lo privado. Pero, dadas las circunstanciasÉ (Esto lo pensaba antes de cierta imputación: lamento contar ahora con este argumento reforzado).

Pero, entonces, aparece la segunda tesis para mantenernos como presuntos inocentes lelos: las decisiones dudosas son inevitables. Bajo esa idea late un tipo de totalitarismo profundamente antidemocrático, sobre todo si ignora todas las circunstancias presentes y no se está dispuesto a dar cuenta de la evolución de los hechos que nos trajeron a donde estamos. Por seguir con el ejemplo: ¿ha explicado Castedo por qué el gobierno local dejó que el Rico Pérez se deteriorara?, ¿ha olvidado los anuncios de torres y museos en la zona y hasta una propuesta de reubicación que, según reconoció, era un globo sonda, una "provocación"? Como ni eso ni sus amistades peligrosas inspiran confianza, entra en acción la inevitabilidad. (Por cierto: sería inevitable también porque en toda España "se hace lo mismo"É ¿con los mismos precedentes judiciales en los actores?).

E, inmediatamente, se aplica la tercera argumentación: hay que ser responsables. Estos días lo leo mucho, entre empresarios con mando. Todos coinciden: ante noticias de corrupción, responsabilidad. Claro que sí. Pero en este esquema la responsabilidad siempre es a posteriori: ¿dónde estuvieron los responsables de hoy cuando se fue generando esta red extraña en la que no todo es ilegal ni inmoral, pero que ha dejado desnuda a la sociedad, sin recursos vigorosos, para denunciar lo que sí lo es? ¿Dónde estuvieron algunos cuando Terra Mítica o ante las locuras inmobiliarias o ante los eventos increíbles?, ¿dónde mientras la CAM se deslizaba a lo que ha llegado a ser?

El trasunto político consiste en criticar a los críticos por carecer de alternativas. Pero es que los críticos no tienen por qué ofrecer alternativas cuando el mal está hecho. ¿No circulan alternativas a la actual incuria urbanística o medioambiental o a la economía insostenible? Claro que sí: pero eso son molestias para el sistema basado en la presunta inocencia. Y de nada sirven cuando la crisis se precipita. Castedo advierte que no tolerara la mala imagen de Alicante que daÉ la persecución de delitos. Ganas dan de responderle que, como ella dice del ascensor de Luceros, "ya nos acostumbraremos". Pero como la cosa es seria lo conveniente es que reflexione en cómo ha contribuido ella, como edil de Urbanismo y como alcaldesa, a esa imagen, que no se restaura con maceteros. A partir de los datos de Transparencia Internacional, que atribuye grados de corrupción a los Estados, se ha concluido que cada punto de aumento de impuestos reduce un 5% la inversión extranjera en Italia, pero la bajada en un grado en el estudio de corrupción, provoca un descenso del 16%. ¿Se atreve alguien a estudiar el asunto aquí?, ¿no se vuelve el clima de sospecha un factor retardatario de la salida de la crisis?

Porque la filosofía profunda que subyace es que todo sirve mientras circule el euro: un liberalismo banal. Pero como la codicia es superior a los recursos, esa teoría es el vertedero en el que tan bien pone sus huevos la corrupción. Ya vendrá la opacidad, la inevitabilidad y la responsabilidad a justificar cualquier cosa. Ante eso, o nos dejamos abducir por nuestra personal inocencia y dejamos de ejercer como ciudadanos, o nos enfadamos mucho. Lo reconozco: estoy harto de enfadarme. Es verano y me refugio en un magnífico libro humorístico: El asombroso viaje de Pomponio Flato, de Mendoza. Encuentro este párrafo: "Aun así -dice el tribuno-, hemos de extremar la prudencia y, si procede, obrar con energía. Si corre la voz de que (É) impera el desorden, bajará drásticamente el precio del terreno y, por Hércules, esto no lo podemos permitir. Subiré a la muralla a reconocer la situación". En esas estamos.