Yo no soy muy de ferias, pero voy. Soy más de librero antiguo y de "cazagangas". Me interesa más dejarme caer por un mercadillo, o por un rastro, a ver qué me depara la sorpresa. Tengo la sensación de que necesito descubrir cosas por azar, no servidas en casetas. Pero la feria del libro es un buen acierto.

Una feria donde recoger todas las ofertas de libreros y editores que se agolpan como si de una urbanización de adosados fuera. Cada uno con su decoración y gusto. Pero todos con el mismo fin: vender libros. Ofrecer a los viandantes todas las novedades del año, y anteriores, para que la gente coja la costumbre de comprar y compartir libros.

Porque hay necesidad de hacer costumbre de la adquisición de libros. La lectura es costumbre y hábito. Y los que se pasean por esa hilera de casetas blancas son lectores empedernidos, lectores incipientes, lectores básicos, jóvenes lectores, lectores maduros, lectores enamorados, lectores tristes, lectores aventureros, lectores, en definitiva.

Leer es un ejercicio mental que te ayuda a ser más libre. Los libros han sido, algunas veces, antídotos contra las dictaduras. Por eso los prohibían. La prohibición de un libro es la mayor de las canalladas que hacen muchos iletrados. Pero también es cierto que en Alemania hay muchos libros de temática nazi que están prohibidos y nadie se rasga las vestiduras. Es lógica esa prohibición. Porque alienta la miserable y asquerosa visión de superioridad de la raza aria y promueve la violencia contra el pueblo judío. Y la historia hay que intentar evitarla. Y los libros te dan la libertad, pero también pueden incitar a quitártela. Y la vida.

Hay un precioso misterio cuando te compras un libro. Es como si la historia o las reflexiones que acabas de adquirir estuviesen secuestradas y retenidas en esas solapas. Y quieres abrirlas y que vuelen. Que entren en tu cabeza y se agiten para compartir las otras historias y reflexiones que ya andan por tu cabeza de libros anteriores. Acumulamos libros y sus esencias en nuestra mente. Por eso me cuesta aceptar el libro electrónico. Necesito ese tacto de celulosa y ese pasar los dedillos hacia delante y hacia atrás. Escribir algún comentario, o garabato, entre líneas que me hagan un día volver a ese punto. O no. El libro electrónico será porque yo no marco el destino ni el futuro de la lectura. Pero siempre quedará el papel.

Yo soy más de libro antiguo. Me emociono cuando adquiero un libro con cuatrocientos años de vida. Siempre me pongo a soñar por cuántas manos habrá pasado. Los libros, como las escrituras notariales, debieran decir a quién han pertenecido en los últimos tiempos. A modo de cronología de posesión. Sería fantástico ver cómo ha circulado entre propietarios y países un ejemplar maltrecho. Sería interesante ver cuáles han sido sus anotaciones y quién las ha hecho. Suelo ser muy curioso en las anotaciones que se producen en los libros antiguos. Ver qué ha dicho el escribiente, y si a mí me ha producido la misma reacción al leerlo que le produjo al lector-anotador.

Un país que lee es más libre. Ya sé que habrá gente que diga que depende de lo que se lea. Como depende de lo que se escuche en radio y televisión. Ya lo sé. Pero el ejercicio de la lectura refuerza determinadas actitudes y aptitudes mentales que mejoran nuestra capacidad de pensar. Luego podemos pensar cosas malas o insulsas. Pero me cuesta creer que una persona que lee mucho tengo muchos prejuicios sobre los demás. Leer, como viajar, te abre la mente a los demás y a sus realidades.

Una feria del libro es necesaria. En Alicante o en Sebastopol. Porque tenemos que enseñar lo que los escritores han soñado para los demás. Y porque tenemos que construir una sociedad más libre con más libros. Los libros son el mejor antídoto contra la ignorancia, que es la mayor desgracia para una persona. Leer forma y entretiene. Y en estos tiempos de ausencia de referencias, un libro es mejor que una mala compañía. Que malos libros también hay, pero menos que programas de televisión.